Mismamente, mi clase yendo de excursión.
A mí eso de tener que levantarme a las siete de la mañana para estar seis horas metida en una cárcel repleta de borregos sin personalidad, ni cerebro, ni náh de náh me desmotiva mucho.
Al igual que eso de estudiar (y tener que asistir) a dos asignaturas de Letras que no me van a servir para nada por eso de que quiero estudiar una carrera de Salud. Y es que el plan Bolonia me ha jodío por todos lados.
Vamos, que mi vida en estos momentos se resume en tóh menos en disfrute. Que yo no me quejo por gusto (o eso me encanta decir). Ya lejos de llorar, desesperarme o agobiarme, he optado por reírme. A carcajadas. Total, pocas alternativas tengo, excepto la de hacer huelga los lunes (sí, no voy porque soy una rebelde y una chunga, ¿qué pasa?).
Hasta aquí todo bien. Oh, qué malota soy.
Pero llega un punto en el que una se plantea seriamente por qué demonios va al instituto, y no me vengáis con tonterías de esas de “porque es tu obligación” o “para labrarte un futuro”. ¿Es mi obligación tener que aguantar el bullying ese tan bonito que me hace shu Remeh vasilonah? (digo bullying por dramatizar un pelín…), y mi futuro…Era estudiar psicología y ejercer de psicóloga, pero van y me lo quitan. Y como soy de Letras, me toca convertirme en estudiante de Salud en mi casa, aprendiendo Biología y Ciencias por mi cuenta. Se podría decir que me estoy labrando yo mi futuro, porque aprender no estoy aprendiendo. Quizás se deba a que la educación española es una mierda, basada principalmente en la memorización de conceptos fácilmente asequibles (para que no se le mueran las pocas neuronas a aquellos de pocas entendederas) y que en una simple noche más de uno y de cinco pueden saberse. Por supuesto, todo se olvida a los dos días. Y luego me extraño yo de escuchar que en la cafetería de mi instituto una llame al grandioso Pablo Neruda “er vieoh eze feoh que zalíah en er librroh jabrandro de la noshe y verzoh y polláh de ezah”. Pa pegarle con un canto en los dientes. Madre santa.
Otro fallo (de tantos y variados) que tiene nuestra educación, avergonzándome ahora mismo hasta de tener que llamarla así, es eso de darlo todo tan comido. Como si nos tratáramos de polluelos, nos regurgitan cada palabra, concepto, ecuación…Nos libran de pensar, de intentar resolver o de que nos podamos llegar a cuestionar. No sea cosa de que un día nos volvamos inteligentes. Así tampoco me alarma que algún que otro profesor de filosofía, que vale algo más que el resto hablando en general, tenga ganas de pegarse veinte tiros porque cada día somos más gilipollas (palabras textuales del mío).
Para lo que sí puedo decir que sirve todo esto es para buscar cosas por cuenta propia, si se tiene interés. Es lo único que me ha motivado a mí durante tanto tiempo para poder saber algo que no sea el identificar un verbo (que te den esto en segundo de bachiller es denigrante) o el traducir dos líneas del pesado de Jenofonte. Y, por supuesto, para realizar estudios de sociología. Yo he llevado a cabos varias observaciones y siempre llego a la misma conclusión: tóh borregoh, tóh borregoh.
Y todos inútiles. El futuro del país, yo me río.
Con esto no quiere decir que yo sea aquí superdotada, un ente superior o que sea una narcisista empedernida. Ni soy lo primero, ni me considero lo segundo, ni peco de dicho trastorno.
Pero esto de preguntarme todas las mañanas por qué me levanto, repasar el día anterior y asentir con la cabeza reconociendo que el que acontece va a ser exactamente igual sin ninguna diferencia…deprime. Y agobia.
Porque…¡¡yo sólo quería estudiar psicología, joder!!
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