No ha llovido. Tampoco ha hecho más frío del esperado.
Es un domingo más, con una de esas tardes interminablemente aburridas y llenas de pensamientos y reflexiones acerca de una semana tal vez demasiado corta.
Todos tienen un mismo comienzo: despertar en una casa cada vez menos ajena, sin malos modales de por la mañana seguidos de suspiros, cabeza escondida entre sábanas y “cinco minutos más”. Se acaba con un beso, una despedida y un “muchas gracias, que vaya bien”.
Y el resto del día, así, sigue su curso: abrir la puerta, nadie esperando, subir, encender el ordenador, desayunar, dialogar entre gritos ahogados, volver a la habitación. Encerrarse y no salir. Leer, navegar por la red, tumbarse en la cama, pensar, darle vueltas a algo sin sentido, música sin parar, alguna serie escogida al azar…y así una y otra y otra y otra vez a lo largo de todo el mes, del siguiente, del otro…
Desesperante. Cómodo. Ridículo. Me cansa.
Costumbre dominguera era salir al campo chucherías y revista en mano, perros al lado y padre al frente.
Atrás quedaron los días de capturar “pokémon”, rodar colina abajo y hacer fotografías a los almendros. Ahora se piensa, se obliga a la cabeza a ser una lavadora.
Suelo repasar la semana mentalmente en unos escasos cinco minutos. La conclusión de que mi sentido común está un poco alterado últimamente me resulta acertada.
También eso de que tengo que tomarme las cosas con más calma, comenzar a luchar si tanto lo deseo y saber menos de eso que me afecta negativamente a los ánimos.
Claro que dudo que lo lleve a cabo.
Todos los domingos me entran ganas de escapar, de salir corriendo. No en el sentido de huir o de dejarlo todo atrás, tan atrás que no moleste. Qué va. Pero sí eso de irse un día, de desaparecer y olvidar todos esos cuentos de preocupaciones y “quémalaeslagente” y bobadas varias. El “adónde” prefiero dejárselo al azar, el “conquién” ya se verá; aunque no es muy difícil averiguar a quién desearía por compañeros de viaje “anti-rutina”.
No le tengo un odio especial al último de la semana, como tanta gente. No lloro más o menos, ni grito, ni me vuelvo loca ni me entran instintos suicidas cada vez que en mi calendario aparece un domingo.
Debe de ser el día más odiado después del lunes. Siempre me gustaron los “marginados”, los “discriminados”, esos a los que nadie quiere. A lo mejor tenemos ahí la respuesta, porque mira que mis domingos son feos de cojones…
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