Se coloca los cascos, mira a la ventana y se deja llevar por todo un conjunto de notas musicales mientras su resuella respiración calma las ganas de salir corriendo.
Pretende no pensar, mecer sus sentimientos en un vaivén para reencontrarlos, pausar su cabeza.
Las canciones se empujan las unas a las otras, ansiosas por ser escuchadas incluso a sabiendas de que su receptora hace unos minutos que ha fracasado en su misión. Se imagina a sí misma relajada, disfrutando, sonriendo, calmada. Sin pensamientos que turben esas angostas tardes de ausente inquietud. Pero las cuestiones más estúpidas siempre terminan adelantándola, y se ve obligada a callar y agachar la cabeza ante tal vergonzosa derrota.
Le gustaría comprender sus “¿adónde voy?” y unos cuantos “¿para qué me quedo?”, algún que otro “es imposible” seguido de puntos suspensivos con “lo sé” sin saber nada. Le gustaría entender por qué siente que a ratos lo hace todo mal.
Cree, con acierto, que quizás es tan crítica consigo misma que no se da cuenta de esto y aquello que hace bien, de eso y lo otro que consigue, porque se ciega en errores y equivocaciones y culpas mal dadas. Le encantaría ser ella misma, más se priva del lujo.
Abre las manos dispuesta a dar y avanzar y, como por arte de magia, inconsciente las cierra y se detiene.
Tal vez la culpa sea precisamente de eso, de tanto pensar, de tanto dar vueltas en círculos y transformar la mente en una noria sin pausa.
.[hagamos lo contrario].
.[hagamos lo contrario].
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