Yo no le encuentro el sentido, sinceramente.
Saber a la perfección que lo poco que perseguías se evapora no alienta a continuar, ni a esforzarse, ni siquiera a levantarse. Sobretodo si hablamos de no estar caminando ese camino que te lleva hacia donde te gustaría ir: que tú estás andando otro sendero y a media mitad, te tendrás que detener e irte a ese que dicen que es tuyo, no sin tener más de cinco y hasta de veinte complicaciones.
Todo parece inútil. Y es que lo es, por mucho que me empeñe en negarlo y en decirme que aún se puede. ¿Qué es lo que se puede?
No sería todo tan negativo si no contáramos con estar encerrados. Ese cuento de la jaula y tres puertas, y esas pocas ganas de construir otra porque no hay por dónde empezar.
Veo soluciones, a ratos me siento capaz de alcanzarlas. A cortas distancias de tiempo, me noto patética y abandono. No por pesimismo, sí por realismo: por mucho que escape de aquí, los fantasmas se vienen conmigo.
Todo parece ridículo. Y es que lo ha sido siempre, me han atado a un lugar al que no pertenezco y ahora no sé cómo se sale. No sin antes quebrarme.
Tampoco es necesario dramatizar, por supuesto. Pero yo sigo sin saber adónde voy, de dónde vengo o qué demonios hago aquí. Que si mi sueño era uno, por qué me lo cambian. Que si yo fui medianamente feliz, por qué me hicieron ser lo contrario. Que vivo rodeada de gente, y sólo puedo confiar plenamente en dos. Que una estupidez tan grande como ¿saber a ciencia cierta? que nunca llegaré a importarle a alguien tanto como para que se atreva a dar un mínimo por mí me hunde durante tantas horas que paso de contarlas. Que yo pensaba que echaría de menos ser quien fui y ahora es al revés, y me resulta gracioso pero a la vez patético. Que yo no creo en Dios, ni en Buda, ni en la madre que me parió, y sé a la perfección que si no hago las cosas bien (desde un punto de vista siempre grupal, el mío solo no cuenta para nada) cuando se acabe se acabó y a mí eso de arrepentirme nunca me ha gustado.
Que va a resultar que ella tenía razón y yo soy un juguete. No sólo de ella, sí de todos, pero juguete al fin y al cabo.
Reconozco, sin disculparme (que ya pido bastantes perdones a lo largo del año y me canso de derrocharlos), que soy yo la que en ocasiones se arrincona y así no se consigue nada. El problema es que yo estoy hecha así y los psicólogos me podrán decir misa y recitarme mil historias, que no es tan fácil cambiar-se o modificar-se (que uno no se crea, lo construyen).
Por eso, y por más, no le encuentro el sentido a estar aquí. O a dar más de tres duros por personas que van y vienen. O a intentar reconciliarme con algo que no quiere hacer las paces.
Desaparecer y llevar en la maleta lo poco que me consuela es lo que necesito, pero se queda en sueño porque no sirve ni como esperanza.
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