El primer ataque lo lanzó el cuarentón (o cincuentón) hacia mi pequeña acompañante, que inocente (yo prefiero llamarla tonta del bote) como ella sola le respondió y todo:
-¿Qué os vais a pedir, linduras?
-Una cosa que está muy rica-y se relamió la chiquilla, lo juro.
-Vaya. Pues a lo mejor yo también me pido uno…
Y se fue. Nos alegramos. Sobretodo cuando el camarero nos dio los dos chupitos. Ay qué rico, mare, qué rico.
-¿Qué se siente cuando te bebes uno de esos? –nos preguntó nuestro amigo madurito.
-No sé…Que está muy rico-Yenai no conoce la existencia de sinónimos.
-¿Estáis ya borrachas? No, ¿no? –el pelmazo se rió, supongo que creyendo que le diríamos que sí.
*Con un chupito está difícil emborracharse, ¿sabe?-le contesté, educada ante todo.
-Pues tened cuidadito, que sois muy pequeñas para beber.
*No tanto…
Opté por ignorarlo, y ella por mirarlo con una expresión que a día de hoy sigo sin poder descifrar.
Nuestro nuevo colega siguió dándonos conversación: que si queréis os presento a mi hijo, que si mira cómo baila, que si creíamos que podría llegar a algo y que qué debería hacer con él…”Llévalo a Fama,” fue lo único que se me ocurrió decirle al pobre tras ver a la desgracia esa de hijo que tenía.
Imposible pasar de él.
Nos preguntó por nosotras: nombres, ciudad, cómo íbamos a volver…Y Yenai le dijo todo, pero que todo, todo, todo. “Nos vamos a ir al pueblo ahora andando, las dos solas”. Venga, tú puedes. Dales el DNI, que seguro que lo quieren.
Pedí dos chupitos más para calmar mis ganas de escapar.
Rechoncho continuó contándonos historias sobre su hijo, y éste se acercó mirándonos con…Y éste se acercó. Recuerdo que se llamaba Ismael, su cara la cual tenía nada más que ojos y la voz de porreta que me traía. Sonrió. Nos dio dos besos a cada una y nos examinó de arriba abajo.
-No os gustaría casaros con mi hijo, ¿eh?
-Mmh…-Yenai se lo pensó. –No, creo que no.
*Para que luego me baile así en el banquete, yo paso.
-¡Anda!, pero qué decís. Si mi hijo es de lo mejor que hay.
-Se ve, se ve.
*Es que lo tenemos también un poco difícil ya.
-¡Vaya!, ¿y eso?-preguntó hasta sorprendido.
-Tenemos novio.
Uy, qué cara de asesino en serie nos puso.
-¡¿Novio?! ¡¡Pero si sois muy jóvenes!!
*No tanto.
-A ver, ¿qué edad tenéis?
-Yo tengo 18 y ella, 19.
Madre de Dios, cómo le iba cambiando la expresión al pobre.
-¿Y tenéis novio?
*¿Tan feas nos ves?
-¡Todo lo contrario!-lo repitió como mínimo cuatro veces a una velocidad de vértigo.- Por eso me extraña. Unas chicas tan jóvenes y guapas…¿casadas a estas alturas de la vida? No, no, no. Mejor liarse y estar de rolletes…¿pero casadas? ¡Tan jóvenes no, mujeres!
Nos callamos lo que pensábamos por respeto a su hijo el bailarín, que se acercó asustado.
-Hijo, que tienen pareja. ¿Ahora qué?
Dijo algo, pero no sé si es que no me acuerdo o es que no lo entendí. Sí sé que vino muy feliz a contarnos que él vivía por el río, escondido en una huerta que se encontraba entre muchos matorrales. En la huerta había gallinas, perros, gatos, elefantes, lobos, jirafas…Vamos, lo normal para una huerta.
Tras dos escasos minutos más de charla, huimos de ahí por si acaso. No nos sentimos tranquilas hasta que cruzamos una esquina y pudimos decir “¡¡ay, que nos querían violetear!!”. Ya podían seguirnos si querían, no había nada que temer porque…habíamos soltado la frasecita.
Partimos a eso de las una menos cuarto de la mañana, rumbo a nuestro destino, con un litro de cerveza en la mano por si nos entraba sed.
Aquello fue el Apocalipsis. Doy fe, doy fe...