A estas alturas, no se conforma con pasearse por las tardes de diciembre.
Se han ahogado sus palabras en la garganta al igual que se suicidaron todas las promesas que un día la amarraron.
“Diciembre es dulce”, le susurraron. “Diciembre es amor”.
Su diciembre es melancolía, que le tiñe los ojos café en dolor a escondidas de la multitud que nunca se para a escuchar.
Cree, con acierto, que le gusta llorar y columpiarse en su balanza emocional. Sabe que es tiempo de recordar, oler, ver…querer sin poder. Escuchará canciones para mecerse en un vaivén de sentimientos y transportarse así al único rincón de su mundo en el que el pasado no es un conjunto de días malos.
“Se ha ido”, comentaron hace un año. “No volverá; todo pasó. Somos libres”. Más la libertad que otorga la muerte de un verdugo no es más que la condena que se coloca sobre lo que un día fue unión. No la hay ya, puesto que no hay razones para luchar si él no está para intentar destrozarlo.
Le abate el corazón. Así lloran hasta las mejillas. Las cosas no deberían ser como son.
Él los hizo sufrir, sumió a una pequeña familia en un estado lamentable de confusión del que eran incapaces de escapar; se esforzaban por hacerlo pero los resultados no eran los esperados. En vano, lucharon. ¿Contra qué? Contra el miedo de ser lo que él un día fue.
Para desgracia de Ella, lo son. Lo serán. No puedes dejar de querer a un monstruo, cuando miras largo tiempo a un abismo él también mira dentro de ti…Hasta Ella está bajo condena.
Tradición familiar, supone.
Se esfuerza en encontrar en su mente los pedacitos de un puzzle que ahora se evapora en el aire. Recuerdos que duelen pero que Ella necesita encontrar para hallar paz. Un día fueron algo: familia, se llama. Aprendieron a reír, soñar, crecer, madurar, perdonar…juntos. Jamás a suplicar o rendirse.
Todo cambia ahora porque él se ha ido en cuerpo, pero en mente sigue presente. Vive dentro de cada uno de ellos.
Ella deseaba que volviera algún día, aunque sólo fuera para saludar y decir “¡oye, os esforzasteis tiempo atrás por demostrarme que erais más fuerte que yo! ¿Por qué ahora que no estoy os separáis?”. Sólo un verdugo podría abrirle los ojos a su víctima de par en par.
Pero eso no iba a ser posible.
Se hace a la idea de que todo se ha esfumado. El “fuimos” vuela libre hacia algún lugar imposible de alcanzar. Nunca regresarán los momentos que compartieron en falsa armonía y en falso amor. Nunca. El principal motivo se encuentra enterrado.
“Quedan recuerdos”, se consuela. “Para luchar, seguir; para no convertirme yo también en un monstruo”, se repite. Pánico llaman a lo que aparece en sus sueños, confusión a lo que la hace columpiarse en su balanza.
Se ha llevado con él un pedacito de su alma.
Se está ahogando en sus palabras, en estados de nostalgia. Se hiere porque no es capaz de superar el presente.
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