No todos los sueños aguardan en la almohada a expensas de que la noche los deje continuar la historia que decidieron narrarnos al cerrar los párpados. Nos acompañan, a veces, algunas mañanas en las que la realidad pasa a antojarse menos real y la cabeza se pasa más tiempo en las nubes que en la tierra.
Así cuento yo varias madrugadas en las que me cuesta un café, una ducha y varios pestañeos el cerciorarme de que no me encuentro en el sitio en el que me situé por equivocación al soñar. Que quien me despierta no son las voces agitadas de aquellos franceses que compartieron vida con nosotros durante un mes en Alemania.
Me despierto finalmente, sí, y procuro poner rápidamente los pies en el suelo no sin antes sentir breve pero intensamente esa sensación de angustia de no hallarte en el lugar deseado.
Repaso mentalmente lo que tengo ahora, y lo que tendré, y no hay diferencia alguna salvo leves matices que no sirven ni como palmadita en la espalda.
Juro que sí, que a veces necesitaría un mucho más de “sueño” y un poco menos de “realidad”.
Días ausentes, grises, tristes, cargados de extraña melancolía que se tiñen a ratos de felicidad, alegría, dulce compañía y complican la tarea de equilibrar una balanza ya de por sí bastante desequilibrada.
Se enfrentan corazón y razón, diciendo cosas que siempre suenan a triste. Hostia limpia, escupitajos de soberbia, entre pensamientos y sentimientos que anhelan estar solos. El corazón me mira altarero, la cabeza se pone su disfraz de señorita sabelotodo.
Miles de dudas y un tormentoso marzo me alejan de ese mundo que me construí y en el que ya no salgo.
Y comienzo a buscar respuestas a los “¿por qué?”, los “¿cómo?” y esos sueltos “¿cuándo?” justo cuando todo lo que imaginé que sería mi realidad se torna onírica y distante.
Me he alejado de los que son míos y ni siquiera duele. Me he aferrado a clavos ardiendo condenando cada rincón del alma desazonada a posibles errores. Me he situado con el cuerpo en las nubes y la vida en otro lugar al que difícilmente conseguiré llegar. Por más razón de ser que se le busque a lo que toca caminar no la hay.
Se intensifica cada situación. De malo a horrible, de bueno a maravilloso.
Hasta que regresa la noche y con ella los retazos de sueño que se quedaron a aguardar en silencio mi regreso, y me recuerdan que las cosas no fueron como se planearon.
Escucho entonces su voz, y la dulzura que emana cada sílaba que sale de su boca.
Abrazo sus abrazos, guardando ápices de calidez en cada poro de la piel que roza.
Contemplo sus ojos, grandes y serenos, más míos que suyos aunque él ni lo sepa.
Abrazo sus abrazos, guardando ápices de calidez en cada poro de la piel que roza.
Contemplo sus ojos, grandes y serenos, más míos que suyos aunque él ni lo sepa.
Son simplemente tres personas y son suficiente para pensar que se puede avanzar un poquito, y otro, y quién sabe si otro poquito también…y que a lo mejor lo que se encuentra a la vuelta de la esquina no sea tan malo y que lo que un día soñé pueda cumplirse aunque sea más tarde que temprano.
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