jueves, 31 de marzo de 2011

Lo que perdí.



La dignidad que perdí por no hablar.
El orgullo que perdí por dejarme pisar.
La felicidad que perdí por esconderme demasiado bien.
Las amistades que perdí por no aprender a retener(las).
Los besos que me perdí por no saber decir “te necesito”.
Los días que perdí por escoger la noche.
Las horas que perdí por no aprovecharlas.
Los abrazos que perdí por fallar(me).
Los momentos que perdí por no ser fuerte.
Las miradas que perdí por ser imbécil.
Los pasos que perdí por caminar lo andado.
Los recuerdos que perdí por romper la caja de Pandora.
Los asientos que perdí por cedérselos a nadie.
Los sueños que perdí por no alcanzar la realidad.
Los “me importas” que perdí por apartar(los).
Los segundos que perdí por comerme por dentro.
Los instantes que perdí por fumármelos tan rápido.
Los amores que perdí por no querer decir que sí.
La risa que perdí por no grabarla en la memoria.
Las noches que perdí por robarle horas a Dios.
......
Lo que perdí.
Y lo que no volveré a perder.

Equivocarme es una buena forma de aprender
Y es que ahora sí que sí: que llegue el mes de Abril, el mes que llevo tres años queriendo eliminar de todos mis calendarios deseando siempre que no acaben los Marzos. 

martes, 22 de marzo de 2011

Lo que ya no soy.



Quise ser una superheroína, una de esas que son invencibles. A eso de los diez años ya tenía mi futuro más que decidido: superheroína con vocación de veterinaria y bióloga que salvaría el mundo, aunque no el que conocemos. Yo soñaba con rescatar animales, ser miembro de Greenpeace y unirme a ellos en su lucha contra la bestia más bestia: el ser humano.
Hasta que se juntó ahí, entre medias, la escritura y añadí al carro la profesión de escritora…y, de vez en cuando, me ilusionaba con ser profesora y guiar a mis alumnos por el buen camino. Alumnos traumatizados por algún tipo de maltrato, claro; yo no me junto con gente “normal”.


Hasta que llegó ese fatídico momento en el que te cuentan que dejas de ser niño y comienzas a ser adolescente, un prototipo a medio formar de adulto. Se quedaron atrás las metas de héroes invencibles: me propuse ser fuerte por mis propios medios. Me propuse ser vegetariana para, en un futuro, convertirme en vegana. Los animales eran sagrados y no debían sufrir ningún tipo de daño (insectos incluidos).
Me obsesioné tanto, tanto, tanto…que juro que estuve, no sé cuántos, unos meses procurando no comer carne o pescado (me costó más lo segundo que lo primero) y comencé a ser esa ecologista empedernida que siempre soñé ser: obligaba a todo aquel que se quedara a mi alrededor más de cinco minutos a reciclar, a no tirar papeles al suelo, a respetar el medio ambiente.
Creía, todavía, que podía salvar el mundo porque allá fuera había más personas como yo y menos como mi antónimo.
La realidad difería.

Entre real e inventado, sufrí bullying durante gran parte de la etapa escolar y, a eso de los doce años, encontré aquello que me motivaría a seguir adelante: la psicología.
No sólo importaban los animales, también las personas. Eso sí, sólo las que sufrían, el resto no merecían tanto o nada la pena.

Psicóloga clínica, orientadora educacional….qué más daba eso. Yo fantaseaba con la idea, lejana, de ayudar a gente en mi situación y enseñarles que allí fuera hay más mundo, algo de felicidad esperando. Fantaseaba con tratar personas con un pasado de esos que no te dejan ni respirar y corazón de roble.


La escritura continuaba presente en mi vida, pero ya no era una meta, si no una afición, un desahogo. Mataba con palabras, lloraba con palabras, sonreía con palabras.

Quince o dieciséis años, no puedo decirlo con total certeza, pero comencé a desear la psicología más para entenderme a mí que a los demás. Quería comprender lo que me había llevado camino de una tal Depresión Doble o lo que me hacía sufrir más mañanas que noches a una estúpida Ansiedad; necesitaba respuestas a mis temores, inseguridades, a esa baja autoestima que se escondía en el Inframundo.
Primero yo, luego los demás.
No obstante, me preocupaba más por resolver problemas ajenos que propios y encaminaba vidas que a mí ni me iban ni me venían y mientras, mi propio barco, navegaba solo sin rumbo ni capitán ni tripulación. 


A los diecisiete, cuando la vida decidió ablandarse un poquito y ser menos mala, vi los objetivos claros: el ser una vegana principiante se había esfumado, más no el deseo de ser de Greenpeace…Sólo pude hacerme socia, aunque me bastó.
Encaminando aún ese desastre de camino que me había construido, formé un esquema mental: la escritura se quedaría como afición y la psicología como mi futura profesión, más por mí que por los demás, más por mi “defecto” de controlar y guiar vidas que por esa idea inicial de salvar, rescatar, liberar.
Cada fantasma que se desaprisione solo, que yo ya tenía los míos y no quería más.

Pero, quedando en mí algunos retazos de ese altruismo tan exagerado que me acompañaba a cada parte antes, me uní a Cruz Roja para hacer algo de provecho y me hice voluntaria.
Y latente seguía mi sueño, no nombrado, de vivir en otro país con otra lengua: tal que así que elegí a Alemania y a Japón, con sus Dortmund y Osaka respectivamente, como próximos hogares. A día de hoy, están tan lejos como esa profesión que me marqué. 


Ahora, con diecinueve años, continúo siendo igual de idiota y de cabezota. La psicología y el país extranjero no se me van de la cabeza aunque Bolonia y la lotería nunca hayan estado de mi parte. Al igual que eso de hacer algo por los animales y esos que han tenido la mala suerte de tropezar con más de un capullo.

Muchas veces sigo pensando que estoy exactamente como a mis diez años, salvo que con las cosas un poquito más claras, menos pájaros en la cabeza y unos cuantos puntos de experiencia acumulados (he subido de nivel cuan personaje de videojuego).
Ah, y sin la idea ésa que me formé de que tener pareja nunca, never de never, jamás de los jamases…que los hombres dan mucho la lata. Ahora me permito tenerla, eso sí, siempre y cuando no me convierta en un saco de caracoles y me encierre en una jaula de celos y estupideces varias.

Eso fui, y esto soy.
Apenas diferencias. 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Miles de grullas.



Antes de fallecer aquel trágico veinticinco de octubre de un tal 1955, la pequeña Sadako Sasaki inventó una nueva forma de esperanza.

Con tan sólo dos años, vivió la bomba nuclear lanzada por Estados Unidos a Hiroshima ese triste seis de agosto de 1945. Sin embargo, no pareció afectada al encontrarse alejada de las zonas que más sufrieron.
A los once años, Sadako se había convertido en una niña fuerte, atlética y con mucha energía. Hasta que el destino se le puso en contra y, en una carrera, cayó al suelo. Y ahí empezaría todo, justo cuando le diagnosticaran “la enfermedad de la bomba atómica”: la leucemia.

Chizuko Hamamoto, amiga de la joven, le recordó entre charla y charla en un viejo hospital esa vieja historia japonesa que hablaba de realizar mil grullas de papel, dioses y deseo concedido tras crearlas. Y la joven, con una sonrisa, le regaló una en papel dorado: “aquí tienes tu primera grulla”.
Entonces, Sadako, con la firme esperanza de poder recuperarse comenzó la tarea de elaborar las grullas. 


No obstante, el deseo no sólo sería para ella.
Cuando conoció a un niño en su mismo caso y vio que, esa misma noche, fallecía, decidió que no era justo y quiso que su deseo cambiara. Comenzó a desear paz y la curación a todas las víctimas.
Finalmente, Sadako murió y no consiguió crear nada más que 644. Pero sus amigos y compañeros de colegio, emocionados por la historia, acabaron las que faltaban y se construyó un monumento en su honor, y en el de todos los niños víctimas de la bomba, en el Parque de la Paz de la ciudad de Hiroshima.


Ahora, tras las tragedias ocurridas en Japón, una japonesa ha decidido poner en marcha el deseo de Sadako, pidiendo esta vez que el país se recupere lo antes posible y que cese el sufrimiento.


En mi época adolescente me interesé bastante por Hiroshima, Nagasaki y toda su historia, y cuando me enteré, a eso de los quince años aproximadamente, de la historia de Sadako pensé que sería noble que algún día se repitiera algo similar ante alguna catástrofe. Y ese día ha llegado. Y, se caiga o no Japón a trozos como anuncian en Antena 3 y en la prensa amarillista, me ha parecido una gran idea hacer una grulla de tantas para apoyar el deseo de la japonesa Makiko.


Por mi parte, y por la de mi grulla amorfa ya nombrada Sluashgly (no me preguntéis de dónde saco los nombres...), espero también que esos cincuenta héroes (no existe palabra mejor que los defina) que se encuentran en Fukushima intentando solucionar el problema con el reactor lo consigan más temprano que tarde...y sin sufrir demasiados riesgos (cosa un tanto imposible, claro).

Finalizando. 
Una de vez en cuando está moñas y esta iniciativa me ha tocado bastante la fibra sensible. Ojalá lleguen pronto las mil...y se cumpla, antes o después, el deseo realizado. 

domingo, 13 de marzo de 2011

Entre miedos y temblores.



Se anuncia el Apocalipsis en las noticias. Telediarios que parecen emitir más una película de espectaculares efectos especiales y grandiosos actores, que una catástrofe.

No creo que haga mucha falta contar qué está ocurriendo en Japón: que si terremotos, que si tsunami, que si fugas nucleares y ahora un volcán en erupción amenazando. Y de todo esto, uno se entera en su casa desde una televisión que miente sin ton ni son a la par que almuerza, o cena, o desayuna. O lo que sea, qué más dará.

He de mencionar que resulta gracioso comer mientras emiten por Antena3 las últimas novedades sobre la desgracia japonesa y te muestran imágenes sobre el terremoto que hubo en China o te meten a Hong Kong en la pantalla haciéndolo pasar por Shibuya.
Yo, desconozco los demás, con cosas así llego seriamente a pensar si no estarán engañando más que informando. No puedo hablar demasiado sobre la situación del país porque no la estoy viviendo directamente, pero que me digan que en Tokio se están cagando literalmente del miedo y que la paz y el orden están extinguiéndose en las calles por momentos enseñándote a su vez imágenes que corroboran lo contrario…da un poco de vergüenza ajena. Y no olvidemos a esos japoneses y, especialmente, a esos españoles residentes en las zonas “menos” afectadas que se comunican vía Twitter para informar de que todo va mejor de lo que se dice fuera.

Y es que la gente tiene muchas ganas de que se acabe el mundo, de meter miedo y de encontrar morbo donde no lo debería haber.
Que Japón ahora sufre, pero no se extingue. 


Por mi parte, el tema me preocupa en su justa medida.
Me preocupan esos españoles a los que les he leído la vida durante cuatro años, quedándome totalmente tranquila cuando conozco su estado. Me preocupaban mis conocidos en Japón, tales como la menuda Shiori, una tokiota llamada Kanae o aquel señor japonés que vino desde Hiroshima a ver a esa hija que se fue demasiado joven, pero al residir la inmensa mayoría (por no decir todos) en ciudades bastante alejadas el miedo que podría estar sintiendo se ha desvanecido casi por completo. Y no me refiero con estas palabras a que el resto me de igual, a que no me importe ni una pizca el sufrimiento por el que están pasando o todo lo sucedido hasta la fecha. 

No obstante, sube la adrenalina nada más ver escenas o leer confesiones de aquellos que sí lo están viviendo; e, igualmente, sale una sonrisa de esas que se cargan con sarcasmo al ver que ahora son “Temas del momento” en Twitter el famoso Godzilla, el creador de Pokémon o el nunca olvidado Pearl Harbor.

Lo ocurrido, y lo que aún debe llegar, ha sido impresionante y es ahora cuando el país parece poder respirar aunque permanezcan todavía los temblores de sus miedos. Y es que ya más que temblar la tierra, tiembla el pánico de cada corazón.
Se reza porque Dios, o quién sea, no se cebe más con ellos. O con Haití, o con Chile, o con…ah, no, que de estos nos hemos olvidado ya…
Supongo que, ironías e hipocresías de esta vida, dentro de un mes, quizá más o tal vez menos, le toque el turno de ser olvidado a Japón...

jueves, 10 de marzo de 2011

Diciendo cosas que siempre suenan a triste.



No todos los sueños aguardan en la almohada a expensas de que la noche los deje continuar la historia que decidieron narrarnos al cerrar los párpados. Nos acompañan, a veces, algunas mañanas en las que la realidad pasa a antojarse menos real y la cabeza se pasa más tiempo en las nubes que en la tierra.

Así cuento yo varias madrugadas en las que me cuesta un café, una ducha y varios pestañeos el cerciorarme de que no me encuentro en el sitio en el que me situé por equivocación al soñar. Que quien me despierta no son las voces agitadas de aquellos franceses que compartieron vida con nosotros durante un mes en Alemania.

Me despierto finalmente, sí, y procuro poner rápidamente los pies en el suelo no sin antes sentir breve pero intensamente esa sensación de angustia de no hallarte en el lugar deseado.
Repaso mentalmente lo que tengo ahora, y lo que tendré, y no hay diferencia alguna salvo leves matices que no sirven ni como palmadita en la espalda.

Juro que sí, que a veces necesitaría un mucho más de “sueño” y un poco menos de “realidad”.


Días ausentes, grises, tristes, cargados de extraña melancolía que se tiñen a ratos de felicidad, alegría, dulce compañía y complican la tarea de equilibrar una balanza ya de por sí bastante desequilibrada.

Se enfrentan corazón y razón, diciendo cosas que siempre suenan a triste. Hostia limpia, escupitajos de soberbia, entre pensamientos y sentimientos que anhelan estar solos. El corazón me mira altarero, la cabeza se pone su disfraz de señorita sabelotodo.

Miles de dudas y un tormentoso marzo me alejan de ese mundo que me construí y en el que ya no salgo.
Y comienzo a buscar respuestas a los “¿por qué?”, los “¿cómo?” y esos sueltos “¿cuándo?” justo cuando todo lo que imaginé que sería mi realidad se torna onírica y distante.


Me he alejado de los que son míos y ni siquiera duele. Me he aferrado a clavos ardiendo condenando cada rincón del alma desazonada a posibles errores. Me he situado con el cuerpo en las nubes y la vida en otro lugar al que difícilmente conseguiré llegar. Por más razón de ser que se le busque a lo que toca caminar no la hay.

Se intensifica cada situación. De malo a horrible, de bueno a maravilloso.
Hasta que regresa la noche y con ella los retazos de sueño que se quedaron a aguardar en silencio mi regreso, y me recuerdan que las cosas no fueron como se planearon.


Escucho entonces su voz, y la dulzura que emana cada sílaba que sale de su boca. 
Abrazo sus abrazos, guardando ápices de calidez en cada poro de la piel que roza.
Contemplo sus ojos, grandes y serenos, más míos que suyos aunque él ni lo sepa.

Son simplemente tres personas y son suficiente para pensar que se puede avanzar un poquito, y otro, y quién sabe si otro poquito también…y que a lo mejor lo que se encuentra a la vuelta de la esquina no sea tan malo y que lo que un día soñé pueda cumplirse aunque sea más tarde que temprano.

jueves, 3 de marzo de 2011

El Caterpie legen...WAIT FOR IT!...dary [1].



Nunca supieron decirme sus ojos verdes hacia dónde nos dirigíamos, pero confié ciegamente en ellos y ellos en aquél de inocente sonrisa.
“Si vamos por allí, a algún sitio llegaremos”, comentó el intrépido pelirrojo; “yo te voy a seguir a ti, Gasquez”, espetaron esos ojitos verdes; “¡¡BORJA, TE HE DICHO MIL VECES QUE LIMPIES TU CUARTO, ASQUEROSO!!”, exclamó la sexy pelirroja.
Éramos pocos, y a la vez muchos: Gasquez, Paco, Borja al frente; Zambrano, Paula, Yenai y yo…tras su rumbo.
Nos esperaba un largo y agotador camino hacia…ninguna parte en concreto.

Partimos, nosotras más que ellos, con las pilas bien cargadas y muchas ganas de vivir aventuras, cazar Pokémon y recorrer senderos repletos de amigables Hobbits. Mas el destino es juguetón y fue cruel y despiadado.
A las doce de la mañana, en dos coches, quisimos ir hacia el pueblo granadino de La Zubia en el que se encontraba un precioso mirador de esos en los que miras algo: deforestación, animales agonizando, bichos en celo, guiris con sandalias y calcetines. 

Aunque parezca mentira, no. No le pegaron un puñetazo en el ojo.

Tras media hora de viaje y de canturrear canciones, Zambrano comenzó a desesperarse. Asustada, le pregunté y juro que fue la primera vez que vi la ira de este muchacho:
-¡¡Que se ha perdío otra vez!! ¡Pero madre de Dios, cómo puede ser tan torpe y tan lento y tan torpe y tan de todo! ¡No hay perdón, no lo hay! ¡Y dile a las de atrás que se callen, que cantan muy mal, me cago en la mar serena!
No hace falta decir que nadie le hizo caso. Y que su coche a duras penas tiraba ya, entre tanto frenazo y tanta lentitud y tanto rosario que llevaba encima (según él, cortesía de su madre…).
Cuando llegamos a La Zubia, tras un largo y tranquilo paseo gracias a Paco y su maravilloso sentido de la orientación en el que pudimos observar miles de casas al más puro estilo Sims, hallamos el mirador. O casi, al menos.
Ahora lo preocupante, aunque sólo para Paco, era: “¿nos quedamos aquí, en esta zona preparada para la gente en la que hay personas simpáticas y dispuestas a conversar para que no nos sintamos “forever alone” acompañadas de lindas mascotas, con sombra y un amplio aparcamiento y cómodos merenderos junto a hermosas vistas…o nos vamos más para arriba, por esa infinita cuesta llena de piedras asesinas a ver lo que nos depara la vida?”. Todos dijimos “no”. Menos Gasquez que es un vendido, y Paco que se cree que su voto cuenta por dos por ser más alto, y menos Paula que quería seguir escuchando una maldita canción.

Pah matarlos. 

martes, 1 de marzo de 2011

Valga la redundancia.



La tumbó sobre la alfombra y se la folló. Y ella a él. Se follaron toda la noche, sin parar. A ratos no sentían ni placer, otras veces dolor, en ocasiones amor, en ciertos instantes cansancio. Pero lo importante es que follaron, se unieron, hicieron un puzzle de dos cuerpos. Piezas perfectas que encajaron hasta la perfección. Hasta que llegó la mañana, y uno de los dos se olvidó la corbata o el sostén. Y llamar. Nunca se le dio bien eso de llamar, recordar números o tener sentido de la orientación.
Pasaron cuarenta y ocho horas y otra persona se tumbó sobre la alfombra, y todo volvió a empezar. Las cosas son bucles sin fin, con pescadillas en su interior mordiéndose la cola. Eso es lo que hace la vida tan rematadamente pesada.
Lo único positivo es el placer que se siente de vez en cuando al, simplemente, hacer un bizcocho, escuchar música, quejarte, mear, irte de vacaciones o, mismamente, follar.

Qué redundante