sábado, 21 de diciembre de 2013

Miau.

No soy muy de gatos. No en el sentido de que no me gusten, que me encantan, pero soy más perro que gato. Sin embargo, a Moco me lo llevaría a casa:


Porque...no sé. Porque ronronea cuando llego y ronronea cuando permanezco a su lado. Si Ron se enfada cuando cambio la arena, le mete un "zustrazo" que se queda el otro pasmao'. Se lleva bien con Esfinge, Kitty y a ratos con Gary. No tiene problemas con Jimena y jamás le hizo un amago de arañazo a Rita o a Pacino. Es dulce, bonito y se deja abrazar. Avisa yéndose cuando no quiere más. Es independiente. Y no tiene huevos, esto es, está castradísimo.
Porque lo echaron de casa porque "Oh, ¡estoy tan preñada! ¡Me han dicho que no puedo tener gatos, que son malos, son brujos, me quitará a mi bebé o lo hará enfermar o se lo dará a un murciélago para que se haga un abrigo de piel de bebé con él! ¡¡Gato, feo, fuera, no fue suficiente con llamarte Moco que encima te abandono, furcio!!" y hace tanto que está aquí...
Se deprimió cuando vino, ni se acercaba. Ahora sí, mucho, pero sabe a quién sí y a quién no (aunque a veces se equivoca, como todo el mundo).

Lo quiero porque tenemos feeling, nena y nos llevamos de lujo. Porque es el primer gato que me gusta a mí de primeras y porque ni siquiera sé cómo lo llamaría, eso sí, Moco ni de coña.
Porque no quiero que continúe allí, porque no quiero que enferme, porque no quiero que pase frío, porque no quiero que entre en la lista...

Porque él habría querido a Botah, habría querido a Manteca. Y viceversa.

Si no le sale adopción, si entra en la lista...estaré, emocionalmente hablando, verdaderamente jodida.

Doctor, me he enamorao' de un gato. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Experimento sociológico.


Siendo tarde como es, no puedo permitirme explayarme. Sólo diré que, aunque escaseen, me ha emocionado ver cómo algunas personas son valientes y reaccionan.

Impresionante. Increíble. Valentía.
E impresionante, increíble...la indiferencia y la delegación de responsabilidad. La cobardía. Y es lo que abunda.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Efectos a corto plazo del placebo.

Tal vez esté un poco hundida. Tal vez deba cambiar ese "Tal vez" por una afirmación. Creo que me ha roto el corazón quedarme a las puertas del que se supone que es mi sueño; ésto sí lo clasificaría como desamor.

Estoy un poco asustada y me siento terriblemente fracasada, aunque soy buena olvidándolo. Durante la semana soy alegre y me enfado y desenfado con la misma facilidad que siempre; sigo siendo feliz cuando les veo la sonrisa cada mañana por lo que mis pavores no importan hasta que llego a casa. Todo un fin de semana en casa: sólo tres días que logran desequilibrar mi paz interior. Suelo animarme pensando que era un error y que algo mejor va a esperar ahí por mí pero tengo tanta experiencia en desamores que ya no me lo creo.

Realmente la tristeza es un vicio. Qué sabio Flaubert. No me apetece hacer absolutamente nada por mí así que me arropo en mi pasividad. Debería comenzar por algo, luchar por mi futuro y mi presente, demostrarme que tengo algo que ofrecer; hay varias notitas en mi habitación con números de teléfono y propuestas para cuando empiece la semana. Me gusta verlas y rodearme de ellas para dejar de sentir ese "Mañana lo haré" tan perturbador. Un placebo.

Si Antonio o Ángeles me viesen, confirmarían con rotundidad que padezco inicios de depresión. Silvia, en cambio, es más inteligente y se reiría y me daría una patada en el culo: "¡Vamos, Jessica, levanta! Haz esto, esto y esto" y como ella ha sido lo más parecido que he tenido a una madre en mi vida, le haría caso.
La depresión avisa cuando viene, el sentimiento de ¿perderse? no. Definiría mi estado mental más como una crisis existencial de la que Silvia me libraría tan bien. Necesito un empujón, patadas en el culo, joder. Pero no está ella, ni nadie que se le parezca y me ha tocado a mí.

¿Qué hago? Con el corazón roto, ¿qué hago? Con el orgullo machacado, la dignidad manchada. ¿Qué hago? ¿Más? ¿De verdad, otra vez? ¿Apostar por lo mismo u olvidar? ¿Lo persigo o me quedo quieta? ¿Y mis otras opciones son válidas o más efímeras que la luz de una vela? ¿Presente o futuro? ¿Por qué no distingo el medio del largo plazo? La vida enfocada en cosas que puede que jamás sucedan. ¿Cambio o me renuevo? Como un coche en un desguace. ¿Lo conseguiré? Se me pasa por la cabeza que probablemente mi otra meta sea aún más complicada y el abanico de posibilidades se me agota, ¿soy incapaz o me hago incapaz? El tiempo pasa tan rápido que asusta. ¿Otra vez, de nuevo, de verdad? ¿Qué hago? Con añicos por corazón...

Mañana lo pienso. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Mi lista de "Porque..." de Noviembre.

Reconozco y afirmo profundamente que soy gilipollas.

Y que, por ello, me merezco haber pasado una semana con ese grano que amenazaba con ser enorme (y no fue, pobrecito él) y al que llamé Gorgolito.

- Porque soy imbécil, tonta, lerda...y ando alelá.
- Porque estoy harta de tantas dudas.
- Porque tengo el dedo gordo del pie raro, parece una señora con sombrero.
- Porque a mis 22 años, ando más perdida que el pequeño Pacino en el almacén de los piensos.
- Porque parece que me gusta ser voluntaria de todas partes, que cobrar no es lo mío.
- Porque mi abuela y mi madre tienen los ojos verdes y yo le di una patada a la genética.
- Porque cuando parece ser que las cosas andan claras en mi cabeza, vuelvo al punto de partida.
- Porque se me ha olvidado cómo jugar al ajedrez y a las damas, pero da igual porque era muy mala.
- Porque creo firmemente que seré una fracasada.
- Porque en "Infojobs" no me quiere nadie.
- Porque se me olvida mi contraseña de "Infojobs."
- Porque me propuse tener más iniciativa y aquí estoy, esperando que me la regalen o yo qué sé.
- Porque a veces me cojo un asco que pa qué.
- Porque físicamente me veo, hmm...¿ligeramente? desproporcionada.
- Porque me va a venir la regla y odio mucho los días previos.
- Porque tengo la piel seca.
- Porque todo me da miedo y me crea inseguridad. ¡Que no tengo 5 años, que tengo 22!
- Porque no me entiendo.
- Porque al final de esta lista voy a llorar cuatro lágrimas tontas y luego seguiré a mi rollo, ¿saes, colega?
- Porque no quiero pensar y últimamente lo llevo tan bien, que estoy aplazándolo todo.
- Porque mi profesor de Inglés resultó ser subnormal.
- Porque no quiero gastar más dinero pero si no lo gasto yo lo gasta ella y ya me contarás.
- Porque...

No sé. Porque no sé qué hacer y yo...yo creía que sí lo sabía. Y me odio mucho, mucho, mucho.
¡Tonta del bote!

domingo, 3 de noviembre de 2013

Hogar.

Desde que duermo en su habitación, con él, en su misma cama, no noto que éste sea mi hogar. Mi casa, sí, no mi hogar. Tampoco lo es su casa, obviamente.
Todo buen psicólogo que se precie, que escasean, percibe la notoria diferencia entre "hogar" y "casa." Una casa es un techo, un hogar tu lugar. Puede ser el parque donde vas a leer o el estanco donde compras el pan, qué más dará; puede ser Londres o puede ser la sala de estar. Es algo tuyo, intangible, con unos muros, visibles o no, que te protegen, te dan sustento.

Es tu comodidad, tu protección. Un día tuve un hogar y era mi casa, mi habitación. Porque, en cierto modo, era mía.
Ya no. No por no pasar las noches aquí, no porque la decoración no sea muy de mi gusto (aunque soy minimalista, no tanto), si no por la incomodidad de vivir en una perpetua mentira.

No obstante, me considero inteligente emocionalmente. Porque creo firmemente en la separación de diferentes inteligencias y no todas ellas se corresponden únicamente con saber leer, sumar, redactar perfectos ensayos y resolver elaboradas ecuaciones, como quien dice. Por esa regla de tres, el asperger (¿existe el asperger realmente?) perfeccionista es un inteligente sabiondo en todos los ámbitos de su vida. Lástima que el asperger no entienda de sarcasmos o de empatía y eso lo convierta en un gilipollas emocional.

Divertido. De ser así, el planeta está poblado de asperger.



Mi viejo teclado se ha estropeado porque el receptor ya no funciona. Tenía que pasar tarde o temprano y yo no me adapto bien a los cambios por nimios que sean. Me gustaba ese teclado, aprendí mecanografía con él y echo de menos sus teclas gastadas.

Por eso ayer me trajo un teclado nuevo, con otro receptor completamente distinto. Éste, con el que escribo estas líneas, con el que escribiré mis párrafos, es más pequeño, más fino, más delgado.
Le acompañaron unas zapatillas y unos pantalones de chándal, que falta hacían. Nunca digo "gracias" si se trata de mi padre porque me acostumbré a no darlas y no considero un cambio ahora.
Lo que sí cambió en mí es que la compra me hizo sentir terriblemente mal y pensé para mis adentros que ese teclado nuevo, con sus teclas brillantes, no debería estar aquí.

Porque no me lo merezco por estar callada.

Sé que no me queda alternativa ahora y sé de sobra que no alimentar el sentimiento es relativamente fácil. En cuestiones mentales y/o emocionales es determinante saber marcarse límites y seguirlos, aunque a la gran mayoría se le crucen los cables en la cabeza y los nudos en la garganta a la hora de llevarlo a cabo.
Un libro, una serie, una película, una canción, un rayo de sol, el perro a tu lado...cualquier cosa para evadirse y pensar en cualquier estupidez. Es fácil, sólo hay que intentarlo para lograrlo.

Pero no deseo lograrlo. Quiero que me marque cada día un poquito más. Sé que esto marcará mi vida, alguna faceta de ella, que algún día se me escapará por los poros.
Porque la odio y me ha robado mi hogar. Porque odio las mentiras. Porque la comodidad no existe entre vaivenes.

A regañadientes convierto mi habitación en mi guarida y me escondo, oculto la cabeza como las avestruces lo hacen en la tierra en esos viejos mitos que la gente cuenta por ahí.
Porque no queda otro remedio y me tengo que callar. Silencio.

Lo siento, papá. El día que, de una manera u otra, podamos ser...puedas ser libre y yo pueda hablar, otro gallo cantará.
Te lo prometo.
Te quiera más o menos, mis principios se expanden hasta a ti y sé que éste sí debería ser tu hogar, no el suyo.

Se verá sola, tal y como tú estás, el día que menos se lo espere. Te lo prometo, papá.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El lado bueno de las cosas.


Sé que algún día tendré que tomar una decisión. Y será grave. Porque: o sigo confundiendo y confundiéndome, o me libero de toda esta mierda. 

lunes, 5 de agosto de 2013

Ojalá.

Sin embargo, se me escapan todas las oportunidades. Si tan sólo pudiera sentirme útil y considerar la vida más como un reto que como un camino repleto de trompicones, yo sería muy distinta.
No obstante, no encuentro el escalón que me dijiste que uno encuentra y que le ayuda a ascender. Sólo veo la caída, la cuesta abajo.

Siempre me había visto a mí misma en el futuro como una mujer brillante, ideas claras, que había aprovechado la juventud en formarse. Cultura, inteligencia, emociones, lenguajes....pero soy mediocre. Me hago (siento) mediocre. Y a veces me resquebraja por dentro la idea de un futuro lleno de pesadumbre, miedo y mierda, mucha mierda.

Ojalá.

Sólo buscar salir de aquí y dejarles atrás.

jueves, 1 de agosto de 2013

Botah.


Si yo, que apenas si te conocía, estoy triste...imagínate cómo estará él.
Compró aquel dichoso bote de champú sólo para ti, para que mejorases; y vaya si lo hiciste. Con esos pelos de loco todo el santo día nadie podría haberse aventurado a adivinar que llegaste en mal estado.

Me gustan más los perros porque siempre me he identificado más con el carácter canino. Igual le pasa a él. Luego llegaste tú y nos tuviste con la baba caída....¡malditos ojos verdes! ¡Maldita manía de poner el "pescado" en el agua y maldita manía de abofetear al ratoncito! Maldita manía la tuya de ronronear por cualquier cosa.

Por eso, cosita, quiero darte las gracias. Limpiar al gordo guarro de tu vecino valía la pena tan sólo por ver cómo intentabas arañarle y cómo le maullabas. Gracias por las risas, por los arañazos, los bocaditos, los maullidos a deshora, el ronroneo que imitaba a un congelador refrigerando, esa forma tan tonta de correar y de andar y de hacerte el valiente.
Nos habría encantado que te quedases con nosotros durante mucho, mucho tiempo. No hemos criado nunca un gato, ¡ibas a ser nuestro conejillo de indias! Todo se queda en nada ahora.

Dakota y Diva, en su día, ya me enseñaron de malas formas que, si alguien se va, no se le reemplaza. Ni al malo ni al bueno. Vamos por el mundo creyéndonos prescindibles porque siempre es más fácil crearse un escudo y pensar para uno mismo que no se vale la pena; así no hay que esforzarse.
Sé que no va a a haber otro "Botah" y por eso te echaré de menos con tanta, tanta fuerza que se me dormirán las mejillas de recordarte. Y a él se le dormirán hasta los ojos.

Muchas gracias, de verdad, cosita. Descansa en paz.
"¿Y si...?", "Deberíamos haber hecho...", "Tendríamos que...". Nada de eso tiene cabida en estas líneas ni en mi cabeza. Te fuiste siendo querido y te fuiste habiendo saboreado lo que es una cama y lo que es despertar a alguien cada veinticinco minutos así como te fuiste con la esperanza de que, en un plazo indeterminado aunque cercano, tendrías un hogar. Eso me basta.

Hasta siempre, Botah.

viernes, 12 de julio de 2013

No quiero que llegue el lunes. Si llega, se va a esfumar mi felicidad y pasará a ser un estado transitorio de impaciencia mezclada con inseguridad.

Me pasaré todo el verano esperando algo imposible.

Ojalá alguien, alrededor, supiera lo que significa tener verdadera vocación y querer vivirla. Ese pedacito es mío, sólo mío, nadie puede arrebatármelo. Excepto yo. Y no ceso de hacerlo una y otra y otra vez.
Si me pego el batacazo que sea habiéndolo intentado, probado, saboreado...y no quedándome en las puertas.

miércoles, 26 de junio de 2013

Este día sin título.

A veces desearía ser la vela de un delicioso pastel de cumpleaños. Que alguien llegase con una sonrisa y los ojos brillando y soplase fuertemente sobre mí, hacía mí, en mi dirección. Fugándose mi fuego, apagándome. Desaparecer de un plumazo, como la llama de un pastel de cumpleaños. O como esa vela que no vas a volver a utilizar.

Y al año siguiente retornar la chispa, si lo deseo o lo desean o lo que Dios quiera.

Pero ahora, por favor, apagarme.


Apagadme, que vuelvo a no encontrarme...
Que he vuelto a ser estúpida, a fracasar.

viernes, 17 de mayo de 2013

Mi rayuela.


"A veces uno amanece con ganas de extinguirse, Rocamadour. Como si fuéramos velitas sobre el pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos. Seguro que ahora no comprendes ésto, pero cuando seas mayor habrá días en que amanezcas con ganas de que un aliento gigante sople sobre ti, apagándote. Así es la vida, Rocamadour, un constante querer apagarse y encenderse."

miércoles, 15 de mayo de 2013

jueves, 9 de mayo de 2013

¡Arriba!




Y cada vez que lo veo, me parece más precioso, más triste, más auténtico.

viernes, 3 de mayo de 2013

Tal que así te lo he contado.

A punto de terminar, o ya acabado, lo guardo en borradores. No me convence o transmite lo mismo de siempre o me aburre o no me parece adecuado. Me regaño a mí misma automáticamente: "Si no ibas a publicarlo, no comiences a escribir. Estudia, resume, esquematiza. Venga."
El estrés y el agobio se me han acumulado desde siempre en la espalda, especialmente en los hombros. Es un dolor horrible, sobretodo a la hora de dormir cuando pretendes estirarte porque da la sensación de que fueses a romperte en dos.
Para eliminar el estrés y el agobio suelo darme varios descansos. Lo hago desde hace mucho, desde que estaba en el instituto en tercero de ESO y repetí; a partir de ese curso, no pude volver a estudiar del tirón. No porque me volviese tonta, vamos a ver; los motivos me los voy a reservar para mí. El caso es que necesitaba intervalos de tiempo en los que mantuviese a la mente distraída con algo que le gustaba, daba igual lo que fuese; o mantenerla pensando, que era malo pero yo lo buscaba.
Ahora me doy descansos porque soy muy vaga y porque me desespero pensando que lo que hago no vale para nada o que yo no valgo para nada o ambas. Me siento un poco inútil. Procuro decirme a mí misma, varias veces si hace falta, que mi valía no depende de si realizaré o no una carrera universitaria o un ciclo superior, que no depende de si algún día me llaman para doblar camisetas o para reponer cartones de leche en un supermercado. Que yo, y todos, somos más que eso. Que nuestra valía está determinada por cómo somos y por cómo nos comportamos, por nuestra bondad, por nuestras acciones.
Pero no me sirve. Lo digo muchas veces: quiero vivir. Vivir del verbo no desperdiciar el tiempo, lo que en mi lenguaje abstracto se traduce en viajar, salir, ayudar, colaborar, conocer. Probablemente sea una estupidez; no sé, todo el mundo desea viajar, ¿no? Claro que no todo el mundo desea poder donar dinero para investigaciones en vacunas contra el SIDA, por poner un ejemplo.
Para mí vivir sería salir de estas cuatro paredes para siempre y agobiarme porque el sábado tengo un montón de ropa que planchar; planificar un encuentro en Barcelona, donar sacos de pienso a un refugio de animales.
No sé si me entiendes, a lo mejor estoy sonando muy cursi o muy boba. Lo soy un poco, las dos.

Una lástima, sinceramente. Porque yo jamás voy a vivir a no ser que vaya cambiando de mentalidad. Digo ésto porque vivo permanentemente anclada a dos intervalos de tiempo sumamente peligrosos: el pasado y el futuro. Desde siempre. El futuro porque me parece atractivo, curioso, tardío. Deposito demasiadas esperanzas en él y así me va. El pasado porque soy, lo reconozco, una rencorosa; no obstante, también soy la persona más agradecida que te puedas echar a la cara aunque en ocasiones no lo demuestre igual que no demuestre si guardo o no rencor. Porque el rencor es un lastre y procuro mantenerlo a raya; aún así, me resulta necesario y es que, gracias al rencor y a las tortas bien dadas, he aprendido qué quiero y qué no quiero, qué tolero y qué no tolero y a qué tipo de gente quiero a mi lado. Cómo quiero ser y cómo no. Y eso es muy importante. Sé que jamás, ojito que pongo la mano en el fuego, seré infiel; de ninguna de las maneras, que no, que no, que no. Y menos después del último palo que me llevé.
No sabe nadie el daño que produce, cuánto machaca. Sea o no en tu propia piel, te reconcome por dentro, es horrible. O yo una exagerada.
También sé que jamás dañaré a un animal ni a una persona. No intencionadamente y menos aún físicamente; no excluyo el daño psicológico porque a menudo las palabras escapan y duelen aunque su intención inicial no fuera esa. Y porque el daño psicológico puede ser subjetivo. Sí, sí, como lo lees. Está claro que si alguien te grita y te llama idiota te está haciendo daño, pero que alguien critique de broma tus chanclas no tiene por qué ser doloroso y a ti puede lastimarte porque son tus chanclas favoritas. Hay tantos matices.
Y sé que jamás aprenderé a olvidar. Básicamente porque no me da la gana. Con olvidar me refiero a personas, animales, lugares, situaciones. El olvido, lo habré comentado ya más de una vez por ahí (¡me repito como la morcilla!), es fácil. Es amnesia. Y a mí esas cositas tan fáciles no me van; prefiero recordar y que el muerto o el dolor o, simplemente, el recuerdo sigan vivos en mí. Porque si mueres, no es justo olvidarte para no sufrir. No, joder, has vivido, ¿no? Pues ya está. Seguirás vivo aquí dentro. Y si me has hecho daño, te perdonaré o no te perdonaré, pero no olvidaré la acción que hayas llevado a cabo porque entonces te librarás la segunda vez y ahí sí que no. Así podría seguir.

No obstante, y como decía, vivir entre el pasado y el futuro es muy peligroso. Te anclas y se te quedan atrapados los pies en una especie de fango repleto de flores. Digamos que el fango es el pasado, que suele estar lleno de mierda (o nosotros sólo recordamos la mierda, más bien), y las flores el futuro porque lo engrandecemos, como si fuera un superhéroe que va a venir a salvarnos.
Voy camino de modificar esa actitud. Antes era feliz viviendo en el presente y ahora también, no veo el problema para que pueda resultar eficaz mi lucha contra mi cabezonería y mi odiosa costumbre.
Quiero vivir el presente y que cada tortilla de patatas me sepa como si mañana fuera a morir.
Por ejemplo.

Siempre he anhelado ser psicóloga, desde pequeñita. Psicóloga clínica, por supuesto. Era (¿soy?) otra de esas tontas que no conocía otra rama (o no quería conocer...) de la carrera. Lo mío era la clínica porque pretendía salvar almas, ayudar, sanar. Pero qué queréis que os diga, si algún día me hago psicóloga y algún día puedo especializarme también en la rama clínica, yo me pongo en el lugar de mi paciente y yo no desearía tener por psicóloga a una pirada amante de los animales y del chocolate Milka y de los piononos que no sabe apreciar el presente y cuando menos te lo esperas se viene abajo porque le ha venido, o le va a venir o yo qué sé ya, la regla y claro, las hormonas revueltas, la barriga gorda e hinchada, los riñones ahí duele que te duele y las piernas pesando tres quintales.
Menudo pastel.
Y me gusta luchar por los demás más que por mí misma cuando no puedo más, cuando estoy confusa, cuando me he perdido y no me encuentro. Ahora estoy en ese momento. Así que voy a luchar por el paciente que algún día pueda tener o por la persona que algún día pueda atender o por el tío que algún día me cuente su vida en una cafetería así sin ton ni son. Por el galgo que en cuanto me independice voy a adoptar. Por ti. Por esa parte de mí que me gusta cuidar, que es dulce y tierna.

Para lograr mi propósito mi primera premisa va a ser considerarme igual que todos los demás. Es decir, cesar en mi búsqueda de encontrar a alguien que piense, que crea, ¡que considere! que soy especial, que valgo la pena. Nunca seré más especial que nadie que haya estado antes ni que venga después en una vida. Es estúpido torturarse. Debo ser especial y debo valer la pena para mí, y la valgo. Ya está.
Y si algún día me entierran y a mi entierro sólo viene mi manada de galgos y perros callejeros,
bienvenidos sean. Que el cura les compre latitas de paté de cordero y arroz, por favor.

Mi segunda premisa será facilitar la vida. Ésta no es complicada, aunque yo lo vea tal que así. Es que pretendo vivir muy deprisa y así no se puede...Para correr, antes hay que tomar impulso. Yo ahora estoy tomando impulso, lo que ocurre es que para la vida hay que tomar más impulso que para correr. ¡Qué le hacemos, la inventaron mala y retorcida!

Mi tercera premisa me la guardo para mí solita, que ya esto es muy largo. ¡Mecachis!

Y finalizo con esta foto porque, qué narices, me apetece ponerla tras tanto texto que queda esto como muy extenso, ¿no? Ni las persianas pueden enrollarse tanto.


martes, 23 de abril de 2013

On my cage.

[...]
Esta es mi lucha. Son mis fantasmas; esta pelea se gana con mis manos, con mis puños, con mis nudos en la garganta.


No puedo continuar sintiendo en las mismas arrugas de mi cara las mismas muecas que hacía cuando tenía diez años, la misma expresión que padecía cuando rozaba las páginas del diario.

Necesito que me duela la vida, sentir asco por ella y respeto por todas las demás que me rodean. Descubrir si sigo siendo esa niña que salvaba moscas de las hormigas o me he convertido en una más de la manada de insensibles que habitan ahí fuera; averiguar si pido que me quieran sin saber yo querer. Perdonarme o que me perdonen o las dos cosas.

A cada propósito, me decepciono; a cada éxito, abandono.

Por eso esta es mi lucha, no la nuestra. 

Debo sacarlo de mí, afuera. Y salir yo con ello, a volar, lejos.
Si permanezco más tiempo aquí perderé, se me agotarán las ganas...
[...]

viernes, 19 de abril de 2013

Contar.


Imagínate que llega un día, allá por los treinta y pico (toca madera, ¡¡toca madera!!), en el que te da por tener hijos.
Como todo el mundo, vaya.
Uno, dos...para de contar. Depende de cómo se encuentre el mundo y de en qué zona geográfica del globo te encuentres. De con cuánto dinero cuentes y de con cuántas ganas de ser madre dispongas. De muchas cosas.

Y claro, un día, allá por los treinta y pico (que toquen madera, ¡¡que toquen madera!!), a tus hijos (o hijo, quién sabe si plural o singular a estas alturas de la película) les dará por tener hijos.
Uno, dos, tres...Yo en paternidades ajenas no entro.
En ese momento te conviertes en abuela. De esas que hacen natillas con galletas todos los sábados, que no van a misa, que visten con pantalones del Massimo Dutti y que pasa de tener canarios en el rellano de casa. Como sabrás, cuenta la leyenda que los nietos preguntan más que los hijos acerca del pasado y de la vida; total, los hijos, nos guste o no, viven en ese punto intermedio entre lo nuevo y lo viejo, lo suyo y lo tuyo, que les hace independientes de toda historia que a ti te concierne.

Y claro, un día, llegan tus nietos intranquilos del colegio a buscar su bollicao del futuro y como en la televisión hace años que dejaron de emitir dibujos animados porque "Gran Hermano 85", "Sálvame Versión Marte: Curiosity y el blanqueo de piezas mecánicas" y "Marbella Shore" son muchísimo más interesantes, tu nieto te preguntará acerca de ti.
Por aburrimiento, no te creas.
Unos ojos intranquilos, inocentes y una boca manchada de chocolate que te hacen cuestionarte cuál de todas tus historias es la mejor. Porque, llegada esa edad, espero que tengas un trillón de historias que contar.


Que no todo se quede en un: "Ay, mi niño. Yo es que me pasé más tiempo preocupada en gilipolleces que en vivir la vida" o en un "¿Historias? No tengo de eso, niño, aunque puedo contarte los Tweets tan graciosos que escribía tu abuelo por las mañanas..." o peor aún, en un "Niño, calla y come, que eres muy pesado."
¿No, verdad? Sería horrible. Tu nieto defraudado y tu hijo y la nuera sintiendo vergüenza ajena.

Con lo divertido que sería contarle que has recorrido Alemania desde su primera esquina hasta su último rincón y que el ramen más rico lo cocinan en una callejuela escondida en Enoshima. Que Roma es bonita pero muy cara...y que Portugal siempre se ha parecido demasiado a España como para impresionarte.
Contarle que, cada vez que ibas a Barcelona, la Sagrada Familia continuaba en obras y tu abuelo se disgustaba o que un día casi te ahogas en plena orilla de una playa gaditana.
Que una mujer adoptó a un perro de tres patas y lo enseñó a hacerse el muerto y os enviaba una y mil fotos para que supieseis en todo momento cómo estaba. Que los helados de Kinder Bueno merecen mucho respeto y que una mañana, sin ton ni son, te dio por animarte y apuntarte a ese grupo de gente que acude todos los años a Tordesillas para decirles a sus habitantes que se dejen de tanto toro de la vega e inventen otras tradiciones que no incluyan sangre y jadeos.
Que España estaba mu' mal, niño y la gente ni caso al principio, ni caso, pero luego con el tiempo decidieron quejarse más en la calle y menos en casa, salir más afuera y olvidar la picaresca; porque los políticos, quisiésemos o no verlo, eran un reflejo de toda la mierda que llevábamos dentro.

Imagínate, algo así.
Tendrías para un par de semanas y el niño terminaría aburrido hasta la médula de todas esas historias que tienes que contarle. Historias de verdad, que demuestran que has vivido, que no te has pasado todas las décadas que has decidido recorrer preocupada porque un día perdiste a alguien o porque te ha salido una estría en la pierna.

No sé, ay, niño, contar del verbo vivir, no del verbo desperdiciar el tiempo.

miércoles, 10 de abril de 2013

Camy.

A ver entonces si lo pillo.

Si me duele el estómago, me tomo un omeprazol. Si me duele la cabeza, un paracetamol. Y si ya tengo el día malo y decide dolerme una muela, un ibuprofeno, ¡que no se me hinche el moflete!

Pero, ¿y si me duele aquí dentro? Ese tipo de dolor característico de la soledad. Es decir, como cuando te duele el estómago pero no por comer tres trozos de tu pastel favorito, sino porque debía dolerte, porque ya era hora, porque te has pasado últimamente con la comida basura.
Ese tipo de dolor del que no te alegras, no sé si me entiendes. De ese que piensas: "Joder, no vuelvo a repetir. No va a volver a dolerme así." Hasta que caes de nuevo.

Es lo que tienen las ensaladas Manhattan del Mcdonald's y las patatas. Que juntos son una combinación catastrófica para el estómago. O también...o también...¡es lo que tienen todas esas horas despierta de noche con las lentillas puestas! Viendo series, o aguantando por aguantar. Y claro, te duermes con ellas sólo cinco minutos de nada y ya la cabeza te duele y los ojos se te hinchan.
O...esa dichosa muela que no estás dispuesta a presentarle a tu dentista. Porque te da miedo ese aparatito que, aunque no sabes cómo se llama, suena mucho y fatal y te da pánico.

Afortunadamente, todo se pasa. Una pastilla, un poquito de agua y a la cama.
¿Pero y si te duele aquí dentro? No valen pastillas, no vale un poquito de agua, no vale irse a la cama.
Ningún loquero va a venir a sanarme a estas alturas porque voy a impedírselo.

Me voy haciendo fuerte negando lo evidente. Hasta que un día me duele porque debía doler, porque ya era hora, porque me he pasado últimamente de racional.

Echo de menos. Ni siquiera sé a quién ni a qué. Pero echo de menos.
Momentos, voces, lugares.
Me siento (¿estoy?) sola. Sola de ese tipo de soledad que no se cura con un buen libro o pisando hojas secas. Soy como ese gato callejero que te encuentras un día atropellado en mitad de la carretera, con todas esas tripas y esa sangre fuera manchando el asfalto; y piensas "Qué triste, ¡pobrecito!" y sigues tu camino. Ni te paras. Lo miras, lo compadeces y adiós muy buenas.
Quédate agonizando, gatito bonito. Recordando por qué no debías cruzar la carretera. Qué eran todas esas luces amarillas y qué anunciaban.
Porque nadie se va a parar para ti.

Al final, el alguien ha resultado ser nadie. Yo tenía razón, Camy.

¿Lo he pillado entonces?

sábado, 30 de marzo de 2013

¡Tarzanas a la vista!

Queridos hombres (y lesbianas) de este siglo, he de advertiros de una nueva especie que ha surgido en este mundo y que está cobrándose numerosas víctimas especialmente en el sector femenino: las Tarzanas.

Cada mañana, durante el repaso diario a mis redes sociales, me doy cuenta de cuánta fauna tarzánica abunda últimamente. Sobretodo entre las mujeres. Mujeres felizmente emparejadas, con sus "Tengo pareja" en su información de perfil y esos hermosos estados que emocionan a Spielberg: "Ay, ¡Pocholo!, que juntos estaremos siempre...¡El mundo se vuelve rosita cuando estoy a tu lado, mi bebé! Aquel 28 de Febrero del 2013 fue tan especial...Juntos 100pre." Y yo, cada mañana, sin lugar a dudas, me siento afortunada de poder ser una ávida lectora de esos estados que repiten durante mañana, mediodía, tarde y noche.
Como si el amor jamás fuese a desaparecer. Ni en Crepúsculo la historia de amor era tan bonita como la de mis tarzánicas favoritas.

Hasta que un día llega la desolación...
Y ya no es Pocholo quien protagoniza los estados ni el 28 de Febrero la fecha estrella.
Ahora Faustino ocupa el lugar de Pocholo con felicidad y aquel día 28 se ha visto sustituido por un 10 de Marzo.
Y vuelve a repetirse la entrañable historia de amor...hasta que Tarzana se cansa de su liana y coge otra. ¡O ni siquiera coge otra de inmediato! Espera a que su liana, bien cogida (o eso cree ella), se le escape de entre las manos para ir corriendo y rebuscar entre su agenda la liana que más le guste en ese momento.

Lo sentimos, Faustino, ahora ella prefiere a Marcelino, que es adicto a hacer el pino.


Sin embargo, las Tarzanas no siempre son tan simples. No siempre cambian de un Pocholo a un Faustino a un Marcelino en cuestión de días o de meses sino que, perfectamente, pueden pasar años. Años en los que las discusiones y vaivenes sentimentales están a la orden del día, porque la Tarzana parece necesitar una buena dosis diaria (o semanal, difícilmente mensual, no aguantan tanto) de dolor entremezclado con celos, pasión y amor. Y folleteo de reconciliación.
Una relación completamente agotadora en que puede que lo único que te aporte la Tarzana sean unos deliciosos pasteles de manzana o una mamada como Dios ordena. Pero no pidas más. Por mucho que tú pienses que a pesar de todo contratiempo y toda locura ella es maravillosa, la Tarzana es una chica insegura, caprichosa, un tanto inmadura...que no sabe aportar nada al otro porque todo lo quiere para ella y porque pasa más tiempo rebuscando en la basura sentimental que has dejado en la relación que en avanzar.

Necesita sentirse importante. Y lo consigue. Y si no, ya se inventará cualquier tontería, ¡no hay de qué preocuparse! Todo lo tienen pensado.

Quizás el mayor problema de las chicas Tarzana no sea que antes de soltar una liana ya tengan agarrada otra o que siempre tengan una lista a mano por si les falla su liana favorita del momento. Quizás su mayor problema sea...¡que mientras se agarran a la liana, tontean con las hojitas de las ramas! ¡Y con las hormigas que suben por el tronco! ¡Y con las flores! ¡Y hasta con los pajarracos de colorines que vuelan por el cielo!
Lo quieren todo, absolutamente todo...Lo tendrán: tú, que eres liana en una mano, ni siquiera te enterarás de que tu Tarzana se está abriendo de mente con aquella rama tan simpática y hasta con los escarabajos que pasaban de camino.


Identificar a una Tarzana no es difícil.
Es más, me atrevería a asegurar que toda mujer ha tenido al menos una Tarzana entre su grupo de amigas. Y, aunque no está bien etiquetar ni meterse en vidas ajenas, es cierto que se suele decir "que es un poquito zorra, tía."
Si no has tenido nunca una Tarzana en tu grupo de amigas, seguramente Tarzana haya sido la exnovia de algún amigo tuyo o una prima o incluso una compañera de clase.

Lo mejor de las Tarzanas es que van pregonando a los cuatro vientos sus nuevos amoríos, se los presentan a toda la familia, a todas sus amigas y se sacan veinte mil fotos (ahora encima, ¡fotos pos-coito!, ¡habrá algo más horrible, Virgencita mía!) y las cuelgan en las redes sociales adornando sus adorables estados.
Son chicas que, si les preguntas cuándo fue la última vez que estuvieron solas, no te saben responder.
Empezaron a tontear a los catorce y a los treinta permanecen con la misma mentalidad.
Ni saben ni quieren estar solas; necesitan su dosis diaria de dopamina, de química amorosa en vena. Requieren de un hombre que les caliente las sábanas (aunque no siempre sea el mismo y ninguno lo sepa), que las lleve a pasear, que les dedique estados y a los que reprocharles constantemente que un día decidieron jugar a la play en vez de mandarles un whatssapp de buenas noches.

Hombres, lesbianas de este siglo...Huid. Huid ahora que estáis a tiempo de las Tarzanas.
Aún estáis a tiempo...Si caéis en sus redes, si os convertís en su liana, os transformaréis poco a poco en unos seres fríos, solitarios, deprimidos y tras la ruptura, os consumirá el vacío de no haberos sentido queridos, valorados y respetados y yo tendré que terminar montando una consulta psicológica y no tengo ni un puto duro.

viernes, 29 de marzo de 2013

Roar.


Me propuse no volver a escribir bajo los efectos de la tristeza, de la pre-menstruación (que viene a ser lo mismo que lo primero) o del enfado básicamente porque ya no deseo hacerme daño a mí misma. No si soy plenamente consciente y estoy a tiempo de detenerme.
Hoy voy a destrozar mi premisa. Me he metido de lleno en la boca del lobo.

No sé qué andaba buscando; si señales inequívocas de que aquello no sucedió tal y como yo lo recordaba o si en realidad, lo que deseaba encontrar era mi dignidad intacta. Aquella que aquel día, aquel mes, aquel año...durante tantas horas destruí. Que dejé que destruyeras. Quizás, aquí, entre las paredes de mi habitación, tan vacías y solitarias, pensaba que sería capaz de darme cuenta de que un día me confundí y de que el velo negro que me puse en los ojos en realidad era blanco y de que me quise hacer ciega sin verdaderamente serlo (lo más patético: por propia iniciativa).
Lástima que no...que el muro, el velo negro, la ceguera, todo aquello existió. Y a veces, si lo recuerdo y me decido a olvidar (¡mal, mal, mal!, el olvido es amnesia, ¡es fácil!) me duele y me resquebraja el corazón.
Se me hace un nudo en la garganta. No lloro y el nudo se queda ahí, pero no lloro porque yo ya hace tiempo que asumí mi error, la culpa que cargué. Mi patetismo. Llorar no me sana.

Tal vez deba agradecer todos aquellos días en los que abandoné mi dignidad a ras del suelo. Porque entiendo, empatizo, quiero mejor. De verdad. Y si me pongo en la piel del verdugo coincido plenamente en su rencor; debía soltar la mierda, la soltó contra mí. A fin de cuentas, ¿no era yo una desconocida? ¿No era yo un cuerpo nuevo con una mente nueva que ni siquiera terminaban de encajar en su mundo? Tan pequeña, tan frágil, tan tonta e insegura. No podíamos competir y yo me negaba a verlo...hasta hoy. Hasta ayer y antes de ayer y pasado mañana.
Y a pesar de todo, no me voy a disculpar porque hasta a callarme el perdón he aprendido.
Bastante tuve con mi rabia interna, con mi autoestima minada, con mis temores diarios...como para andar reprochándome que no fui capaz de vislumbrar que yo era una intrusa en un mundo con unas normas, una rutina y unos dolores más que establecidos.
Por eso no podíamos competir. Yo perdería sí o sí; el terreno ya fue ganado aunque lo desaprovecharan para finalmente cedérselo al hastío.

Se me partió el alma mil veces y perdí el corazón por el camino otras tantas. Fue muy triste. Pude abandonar y jamás quise; será que soy tan necia que ni siquiera sé cuándo huir.
Mas no me arrepiento. Que te aseguro que ahora soy mejor; de perro pachón a lobezno fiel. O, ¡qué demonios!, fiel chacal o una mezcla entre los tres.
He aprendido a relativizar, no lo cambio por nada. Me pienso más fuerte aunque a ratos más triste porque si la tristeza me ataca lo hace el triple de fuerte.

Tengo muchas cosas en la cabeza, puedo asegurarlo; lo que convierte en un hecho gracioso que haya decidido que me devore el lobo sin ton ni son y me haya permitido exprimir la amargura como si fuera una naranja. Como si necesitase sacarlo de mí de una vez (estas cosas llevan su tiempo).
Intenté echarlo a patadas y jamás dio resultado y hoy, mira por dónde, hoy así porque sí, va y se exprime y dice que desaparece. No para siempre (eso es imposible), sí para un buen rato. Me deja sin felicidad y sin carga.
Sin libertad.
Pero también con la dignidad completamente recuperada.

viernes, 22 de marzo de 2013

Con mis dedos.


Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

martes, 5 de marzo de 2013

Carta sin destinatarios.

El problema de la confianza es que se destruye, no se regenera.
El problema de los recuerdos es que cada memoria es volver a perdonar de nuevo.
El problema que tengo es que parezco más tonta de lo que soy.

O quizás soy, verdaderamente, tan tonta que ni cuenta me doy.
Tan sólo te pido que no me hagas daño, soy tan torpe e infantil que nadie volverá a quererme otra vez.
Ni lobo, ni perro. Soy un chucho con cara de bonachón al que todo el mundo silba y nadie hacia caso porque no vale un duro.
En mis libros no había nada escrito sobre este miedo.

Cuídame. No he dejado que nadie me cuide nunca. Cuídame.
No me pierdas. No me perdáis. 


Siempre seré más fuerte de lo que aparento. Y el día que haga falta, te prestaré mis puños, te regalaré mis palabras.
Seré todo lo dulce que necesites siempre que lo/me necesites.

jueves, 14 de febrero de 2013

Indefensión aprendida.


Lo llaman "Indefensión aprendida". Y siempre me ha resultado interesante porque, a lo largo de mi vida, yo he actuado (quizás en parte, quizás totalmente) movida por dicho tecnicismo.

La indefensión aprendida es sumisión, es actuar pasivamente, es no hacer nada aun cuando puedes hacer algo por ayudarte a ti mismo. Es no saber controlar la situación y dejarte llevar por la seguridad que te da permanecer en el mismo lugar. No atreverte a salvarte.
Es que el perro no ladre y el humano calle.

Yo era una niña tímida, muy tímida y muy buena (rozando lo estúpido). Pensaba que, algún día, lograría cambiar el mundo aunque fuese un poquito. Creía en la bondad y en que las malas acciones son el resultado de una serie de desafortunadas consecuencias que ocurrieron en el pasado y que por ello hay que perdonar y olvidar.
Por eso, no odiaba a mi madre y me obligué a llorar cuando mi tío sufrió aquel accidente. Era lo correcto. Al igual que era correcto no defenderme de quienes me hacían acoso escolar ni detestar a la cabecilla porque no era su culpa. La culpa era mía, en todo caso, que jamás conseguía hacer sentir mejor a nadie ni demostrarle mi valía.

Era un perro atrapado en una jaula que al salir recibía descargas. Movía la cola, daba la patita, saltaba, lloraba, aullaba...y nada daba resultado, porque si salía volvía a recibir las descargas del verdugo. Entonces decidí que era más factible quedarme dentro y no salir, lo que traducido en mi vida diaria vendría a ser no salir de casa salvo que fuese necesario.
Y como no salía, y como el presente era tan triste, soñaba con el futuro. Tal vez demasiado.

Mis palabras eran mi única defensa, mi mayor poder y no las escuchaban. Los puños no me funcionaban bien.
Dada la situación, aislarse olvidando y perdonando era una opción.

Pero el tiempo pasa y mi corazón se hace fuerte, mi mente grande. Me he vuelto menos ambiciosa y más valiente. Iba siendo hora de que aprendiese a equilibrarme.
Llevo desde Octubre sintiendo culpabilidad por mi padre y llorando porque "no sé qué hacer" a pesar de tener la respuesta entre mis manos. Odiándola a ella, detestándola, dejando atrás sus motivos. Llevo tres semanas acordándome de los ojos azules de aquel pastor. Llevo dos años preocupándome de si el futuro traerá buenas o se volverá amargo, como si fuera a saberlo sólo por mirar al sol por la ventana.
Toda la vida sin hacerle caso a mi intuición y a lo que quiero, a lo que necesito; buscando razones para los del exterior en vez de hallar razones para mí, para la niña interior que no para de quejarse porque me niego a hacerle caso.

Pero el tiempo pasa y yo creo en la redención y en la catarsis emocional. Por lo tanto, voy a librarme de esta inseguridad que me acecha y voy a ser fuerte. Si he sido un perro que no ladra, ahora quiero convertirme en un lobo que aúlla.
Me merezco una segunda oportunidad, voy a dármela. Hablaré, lo intentaré encontrar, me enfrentaré a la verdad y no seré tan cobarde. Tan partidaria de negar los cambios.
Sé que puedo. Tengo parte del camino hecho: me he vuelto más sincera y he aprendido a perdonar de verdad, sin olvidar; porque perdonar olvidando se traduce en amnesia, en facilidad y comodidad para ti y el culpable.

Que me guíe la intuición. Que me proteja de las descargas mi equilibrio. Que los demás aprendan a salvarse solitos, que yo ya tengo bastante con lo mío.


Me definían mi empatía y mi bondad, mis ganas de ayudar. Mi sinceridad, mi inteligencia emocional, mi seguridad en que haga lo que haga todo irá bien.
Mi esperanza.
Me hacían caer la inseguridad en mi valía, mi timidez, mi miedo a la realidad. Mi indefensión aprendida. Ella, este lugar, los fantasmas, las paredes de esta habitación.

Pero de todo se sale.
Soy el resultado de una serie de consecuencias que me han hecho ser lo que soy ahora. Me niego a perderme, porque me gusto a mí misma.

Y si algo me hace caer, y si ha recibido ya dos oportunidades, y si ese algo me ofrece en bandeja de plata el no perdonar...la otra opción es echarlo fuera y cerrar la puerta con llave.

Porque si continúo de esta manera, enloqueceré y pasaré media vida buscando lo que fui.
No quiero fallarle, ni fallarme; ni quiero permanecer más tiempo encerrada entre estas cuatro paredes ahogándome. No quiero temerle al cambio, especialmente si es beneficioso.

Así que alzo mi bandera en señal de victoria. Eso sí, que nadie se atreva a borrarme las pisadas del camino ni a entrometerse, porque esta vez sí que muerdo.

sábado, 2 de febrero de 2013

Lucha -Luz- no "era sólo una perra."



"Era sólo una perra. Una galga flaca y asustada, como las que ahorcan algunos cazadores cuando ya son viejas e inútiles, con tal de ahorrarse un cartucho. Cuatro días estuvo correteando por los túneles del Metro de Madrid sin encontrar la salida. La vieron conductores, vigilantes y viajeros. Fue grabada en vídeo corriendo despavorida por las vías, de túnel en túnel, huyendo de los trenes que pasaban a toda velocidad. Cuatro días de oscuridad, aturdimiento, soledad y angustia. De miedo atroz. Anoche vi uno de esos vídeos en Internet y me levanté de la silla con una desolación y una mala leche insoportables. Por esto tecleo estas líneas, ahora. Para desahogar mi tristeza y mi frustración. Mi rabia. Para ciscarme por escrito en los responsables del Metro de Madrid y en la puta que los parió.

La galga abandonada fue vista un jueves vagando por los túneles. Corría aterrada por el estruendo de los trenes, esquivándolos en la oscuridad. Al comprobar que el personal del Metro no hacía nada para rescatarla, algunos viajeros avisaron a asociaciones de protección animal, que pidieron permiso para actuar. Ya ocurrió algo semejante en Barcelona, cuando para salvar a un perro perdido en el Metro se detuvo el servicio tres horas, en un rescate en el que participaron bomberos, guardias urbanos y empleados de la perrera municipal. En Madrid, sin embargo, los responsables del transporte subterráneo se negaron a intervenir. Sólo dieron largas: se ocupaban de ello, la galga se la habían llevado a una protectora de animales, ya no estaba estaba en las vías, etcétera. Enrocada con su estúpida indiferencia, la empresa municipal rechazó todas las propuestas: jaulas trampa puestas en los huecos de los túneles o los andenes, unos minutos de parada de trenes para actuar con escopeta de dardos narcóticos. Nada de nada. Nosotros nos ocupamos, repetían. Y punto.

Pero mentían. Nadie se ocupaba de nada. La perra entró en los túneles un miércoles. Dos días después, al ser vista entre las estaciones de Sainz de Baranda e Ibiza –corría asustada bajo el andén, huyendo del tren que venía detrás-, seis asociaciones de defensa animal pidieron al Metro permiso para bajar a las vías y rescatarla. La empresa negó el permiso. El sábado a las 7 de la tarde en la estación de Sáinz de Baranda, un conductor dijo que había visto al animal tirado junto a la vía, en el túnel, a ciento cincuenta metros del andén. Rogaron los activistas que alguien bajara a la vía para ver si la perra seguía con vida, pero se les negó. Pidieron que se detuvieran los trenes durante unos minutos para proceder ellos mismos al rescate, y también se les negó. Mientras tanto, el andén se llenó de vigilantes, encargados de controlar a los miembros de las asociaciones protectoras. `Vaya follón –oí decir a uno en el vídeo de Internet- va a montar el puto perro.”

Hartas de aquello, dos mujeres, Irene Mollá, de la asociación Más Vida, y Matilde Cubillo, de Justicia Animal, decidieron echarle ovarios. Mediaban 18 minutos entre el paso de cada tren, así que saltaron a las vías desoyendo las órdenes del jefe de Seguridad del Metro, para internarse en el túnel con las pantallas de sus teléfonos móviles como linternas. Al poco regresaron trayendo a la galga en brazos, tapada con una chaqueta, todavía sangrando con una pata amputada. Atropellada. Muerta. En los cuatro días transcurridos, cuando aún estaba viva y sana, ningún vigilante había acudido a rescatarla, ningún empleado se arriesgó a una sanción por parar el tren. Los convoyes, que se inmovilizan cuando caen a las vías unas llaves o un teléfono para que el personal baje a buscarlos, los conductores que si hay huelga ignoran los servicios mínimos cuando conviene al sindicato correspondiente, no pudieron detenerse unos minutos para rescatar a la galga extraviada. Habrían sido sancionados, claro. Paralizar el tráfico suburbano por una perra, nada menos. Y eso, en un Madrid donde no falta día sin que una concentración ciclista, cabalgata, procesión, verbena, manifestación autorizada o ilegal, paralice impunemente la ciudad, corte el tráfico, bloquee autobuses o taxis y causa atascos monstruosos mientras la autoridad competente, vía sufridos policías municipales, se limita a encogerse de hombros cuando le preguntas cómo carajo llegar al trabajo o a tu casa.

Y, bueno. Me cuentan que las asociaciones de defensa animal se han querellado contra los responsables del Metro de Madrid por omisión de socorro, maltrato animal o como se califique ese puerco asunto. Así que desde aquí ofrezco mi firma. Espero que retuerzan el pescuezo a esos tipos. Y tipas. Ojalá, en memoria de aquella pobre perra asustada, les saquen a todos las entrañas."

Por Arturo Pérez-Reverte.
Y yo que nunca he sido gran amante de este hombre...No por odio hacia él, ni por sus ideas. Simple y llanamente, jamás me ha atraído su literatura lo suficiente como para querer devorar sus palabras. Me resultaba inverosímil, indiferente; hasta que leo y leo y leo, en todos estos años, sus quejas, sus voces, sus rencores a todos aquellos hijos de la gran puta que matan a un perro, a un gato, a cualquier animal. Animal que, a diferencia de nosotros (que también somos animales y cagamos, follamos, meamos, comemos, respiramos...como cualquier otro, no lo olvidemos), se encuentra indefenso ante el hijo, o hijos, de la gran puta que decide atacarle, maltratarle, humillarle, quitarle la vida.
No hay ser más noble que un perro, más fiel que un perro. Eso dijo una vez y yo no puedo estar más de acuerdo. No hay ser más puro que un animal, porque en la puta vida he visto a un periquito ser hipócrita ni a un toro sacarle a un caballo las entrañas por mero aburrimiento. 
El día que un animal, el que sea, decida asemejarse a nosotros y realizar la infinita larga de malas acciones que llevamos a cabo (contra los demás y contra nosotros mismos) quizás cambie de opinión. Quizás me atreva a decir: "Dichosos animales. Menudo coñazo dan, menudo asco dan." Quizás me plantee ser menos misántropa (y todo esto sin llegar a serlo del todo, que mantengo la esperanza).

Esto ya no es por Lucha, ni por Schnauzi, ni por ningún otro nombre que haya muerto por estupidez humana. Esto ya es por resentimiento, porque me duele, porque estoy hasta los ovarios. Y la indignación me puede.
Me gana porque los hijos de la gran puta jamás la pagan. Y los que no hacen nada la pagan, como poco, por triple. 

martes, 22 de enero de 2013

Último deseo.

Si los perros no van al cielo, cuando muera quiero ir adonde ellos van.



Porque el perro es un lobo que busca la fidelidad. Que sabe ser libre y elige quedarse a tu lado.
De entre todos los animales, ninguno me inspira tanta ternura (y yo adoro a todos, pasando desde el cocodrilo hasta la serpiente y desde el elefante hasta la libélula y desde el leopardo hasta el buitre; todos, sin olvidar ninguno) ni tanta dulzura.
Porque ya tuve una manada y porque sigo acordándome de mis hermanas, yo quiero que el día que muera vaya adonde ellos van. Para ser feliz, olvidar el rencor, aprender a amar de verdad.