lunes, 5 de noviembre de 2012
Viento.
No renuncio a nada, simplemente hago todo lo que puedo para que las cosas no me renuncien a mí.
(Cómo) cansa todo el tiempo ser una misma.
Cuando comienzan estos "días" y entran el frío, la lluvia, el otoño y una soledad abrumadora en mi habitación, creo que dejo de saber tratarme. Es decir...es como si me odiase o me asquease o no supiese con quién estoy tratando: ¡que soy yo misma y duermo, como, chillo, lloro, río...conmigo, joder! Y los demás dicen que da igual, que se pasa. Pero mientras se pasa yo me siento estúpida. Pequeña, diminuta y muy prescindible. Pesada, tonta. Inútil. Y hasta unas cuantas prácticas o cualquier cosa que deba llevar a cabo se me hace muy cuesta arriba.
Me cabreo. Muchísimo.
Y hago un balance de mi vida. Entonces, es horrible; todo lo que me parecía bien me parece catastrófico. Intento controlarme, aunque me sale a medias. ¿Que por qué? Porque la mandé a la mierda y ahora siento que la he traicionado, aún a sabiendas de que faltan pruebas. Porque salir de aquí y estudiar, trabajar..."aprovecharme", no son muy compatibles. O yo lo veo así. Porque no me ofrezco nada (pienso) y si yo no me ofrezco nada a mí misma, ¿qué te voy a ofrecer a ti?
Es horrible. Llámalo otoño, inmadurez o síndrome premenstrual...¡Es horrible estar así!
No quiero aferrarme a nada. No quiero cansarme (de mí). La tristeza es un vicio. Y yo me intento deshacer de ella con palabras escritas a trompicones...y, evidentemente, de poco sirve.
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