miércoles, 7 de diciembre de 2011
El sábado fue...
El sábado fue día tres de diciembre del dos mil once. Frío, sol escondido y luna al descubierto se juntaron. Y nosotras también nos unimos.
Muchas veces peco de ser una dramática, una persona insegura que necesita constantes muestras de afecto y confianza para asegurarse de que los que ¿deben? estar a su lado siguen estándolo; como fallen, se me caen mis cielos naranjas a pedazos. Cuando hablo de fallar no me refiero a herirme, si no a que se distancien; aburridas tardes en casa me da por psicoanalizarme para ver si logro entender el por qué necesito con tanto ahínco que ellas (que él) me recuerden que van a estar ahí durante el otoño mientras winter is coming y que pasaremos juntas la primavera hasta que riamos en verano. Y sé cuál es la respuesta, aunque no tiene cabida aquí.
Cuento esto porque el sábado día tres de diciembre del dos mil once dejé que el poco alcohol que se apoderó de mi estúpida racionalidad me lo recordase y me hiciese proclamarme gilipollas en silencio.
Era el cumpleaños de mi mejor amiga, del Enero más dulce, y en vez de disfrutar de su compañía me comí la cabeza con subnormalidades que tampoco tienen cabida en este lugar. Es tan ridículo que me da vergüenza reconocer que cargo con la sensación de "no soy especial, esencial, importante para nadie" desde que tenía alrededor de seis años; ya no aparece tan a menudo, aunque cuando le da por molestar lo hace con verdadera maestría.
Aquel día ella no se retiró de mi lado. Quedamos en grupo con pocas expectativas de diversión y de aguantar los ojitos abiertos más allá de las una de la madrugada; mas no fue así. De una cena improvisada a un pub en el que fotografiar el momento mientras se llevaban un cuarto restante de mi cerveza y varios vasos vacíos antes de tiempo; una larga caminata acompañada de dolor de pies y un frío insoportable de ese que penetra en el cuerpo y te rompe los huesos. O tal vez eso sólo lo sentí yo. Otro pub sin el karaoke que íbamos buscando que disfrutamos igual; chupitos, canciones dedicadas, más fotos, su risa, mi estupidez y poco más.
Contado así suena aburrido, pero fue todo lo contrario.
Regresamos a las cuatro de la mañana, aproximadamente, con el sueño a cuestas.
Una buena noche, un gran sábado. Desperté entre las sábanas de aquél con el que quiero seguir compartiendo infinitos diecisietes; y es que para mí ese número cobró desmesurada importancia desde que pronunció mi nombre y me dedicó dos besos. No cuento horas ni segundos ni meses; guardo los momentos.
Estuve con Él. Me abracé a Él. Y la tarde pasó volando entre cámaras, una mujer-mapache y las bromas de la que se hace llamar mi suegra. Hasta que llegó la noche y con ella volví a enamorarme de los abrazos de la única pelirroja que tengo en mi vida, de la forma de tratarme de una tal Elena (similar, para mí, a como una hermana mayor trata a su hermana pequeña), del Enero ya mencionado.
No sabría cómo concluir esto. Comencé a escribir con la finalidad de grabarlo a tinta en la memoria para que no se borren nunca ni la mañana, ni la tarde...aún menos la madrugada acompañada o no de cinco minutos de (auto)estupidez que, por supuesto, pretendo conservar para, poco a poco, ir dejándome de tonterías...Con la finalidad de decir, cursi o no, que el teneros me ayuda a ver el mundo menos feo de lo que es en realidad.
Estoy hecha una maricona, lo reconozco.
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