Que el ser humano es el único animal que tropieza treinta veces con la misma piedra es un cuento que me sé de memoria.
Porque aquí estoy, con los pies anclados al asfalto.
Me repetí mil veces eso de “no lo volveré a hacer”, y aquí estoy.
Me dije mil veces aquello de “la próxima vez, lo conseguiré”, y aquí estoy.
Me recordé mil veces esto de “ya no vale rendirse a la primera de cambio”, y aquí estoy.
Y bléh. Para qué seguir con el dije, hice, recordé o sentí. Si ya está todo hecho, y conste que no me arrepiento. Me culpo. Para ti lo mismo, para mí conceptos distintos.
Podría haber alcanzado una parte de lo que siempre quise. Una parte que, en el camino correcto o no, me habría dado más seguridad y me habría ahorrado más especulaciones, dudas e incertidumbres.
Y lo único que en mi favor se puede decir es que no lo supe “a tiempo”, porque tiempo tuve todo el del mundo y mi vida no se detuvo por no poder conseguir exactamente esa parte.
Así que aquí estoy, igual que antaño.
Sin saber ni adónde ir, ni qué hacer, ni qué quiero. Con ese “runrún” en la cabeza. Con ese sentimiento de inútil en los poros.
Un día quise sobresalir del molde, atrapar lo que me proponía y llegar a casi todos los puntos pensados. Ahora me conformo con que alguien me diga qué cojones debo hacer pasado septiembre, u octubre, o inclusive noviembre.
Porque yo no tengo ni idea de adónde voy a encaminar todo esto y es de todo, menos agradable.
Que no me conformo con poco, y deberé convivir con nada.
Y aquí estoy…
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