Subió desde sus pies hasta sus rodillas, pasó por su vientre y se hizo hueco en el pecho. Terminó en la cabeza, se convirtió en bicéfala.
Ser de dos cabezas, lógica e irracional. Pesimismo y optimismo. Ella y el miedo, angustia escondida en ansiedad.
Dosis de saudade en pequeñas dosis no hará bien. No obstante, se empeña en que sí.
Es más fácil sentirse atada cuando no hay nadie alrededor y la boca escupe las palabras sin pudor, sin vergüenza a que alguien llegue y les ordene cerrarse, aislarse, marginarse.
Cree tener miedo. Lo siente. Ha vuelto a huir de la vida, y ésta la ha terminado atrapando.
No hay realidad, se ha construido un mundo de fantasía en el que el “todo se solucionará” reina; como si por arte de magia los problemas se evaporaran, las preocupaciones volaran, como si el futuro fuera a llegar sin ser llamado de aquí a temprano y no tarde.
Mas la cabeza dijo no, y acabó teniendo razón.
Le da miedo lo que pueda pasar a partir de fechas señaladas, le da miedo no volver a encontrar su lugar. Esa angustia de no saber adónde ir mientras todo aquel cercano anda por un camino con meta, y tú rodeas en círculos el mismo obstáculo más por estupidez propia que por estupidez ajena.
Y siente pánico tan sólo de imaginarlo…
Ha reencontrado sus mismos miedos de siempre en el mismo cajón de “casinuncavolveréacometereseerror”. Es como una niña asustada que busca desesperadamente algo a lo que aferrarse, y llora porque no alcanza nada.
No va a lograr lo que se propuso: lo aplazó. A sus pies están las consecuencias y en el hombro derecho, el resultado situado junto a su cabeza: miedo e incertidumbre.
Que lo que más la asusta no son los plazos que se ha puesto, los obstáculos que se ha situado en el sendero; es perder. No hallar. Perder. Que ganen. Perder. Que sigan. Perder. Que olviden. Perder. Que recuerde. Perder. Volver a llorar por perder otra vez…
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