Da igual que abra los ojos o que los cierre si al final siempre estás ahí, agazapada en la oscuridad de la memoria o ronroneando en la luz de una ilusión.
Te recuerde o te imagine cada rincón te pertenece con la legitimidad de lo que se conquista con amor, y por no negarte acabo abrazando afirmaciones que te traen donde no estás y que me llevan donde no estoy.
Me parece que en el fondo disfrutas con todo esto, ¿verdad? Recuerda aquella mirada tuya, mitad sorna mitad condescendencia, cuando al fin aparecías como si nada después de que yo recorriese la casa diez veces buscándote angustiada por haber encontrado una ventana abierta y no haberte visto a ti. Y sé, lo sé, que ya había comprobado ese rincón desde el que me observabas con esos ojos tan redondos y no estabas. ¿Cómo lo hacías?
Al referirnos al tiempo medido desde una ausencia, ¿qué verbo acompaña al verbo pasar? ¿Olvidar?, nunca. Tampoco consolar o sustituir. Aceptar en tu caso no, te lo aseguro. Así que mientras voy haciendo el recuento de meses para un plazo que transcurre desde un hecho que no asumo, a la contradicción de mi razón se van sumando los delirios de mis sentidos.
Por eso me sorprendo viéndote sin imagen, escuchándote sin sonidos y tocándote sin cuerpo.
Yo ya no sé si te invento ahora o soñé una vez que te marchabas. Ya no sé si la pesadilla es tu muerte o es la vida tu fantasía.
A veces hay objetos que de pronto dejan de servir para lo que fueron creados, como cuando una prenda de ropa se transforma en un estuche del olor del que ya no está, o cuando las únicas palabras que parece contener un libro son las anotaciones manuscritas que el ausente hizo en él. Los muertos no deberían dejar cartas a medio escribir, frascos de colonia a medio usar ni sacos de pienso a medio comer. Es muy cruel.
Una cama azul es el cielo donde desde cada nube me miras mientras yo, aquí abajo, unas veces te sonrío y otras te lloro...
No, no es cierto. Siempre te lloro y no era más que una cama, y ya ni siquiera la aprecio.
La verdad es que no puedo verte, ni escucharte, ni tropezarte porque no estás, hoy ni nunca más, te fuiste para no volver.
La verdad es que como no creo en la vida en el más allá, sé que tú no me estarás esperando ahí cuando yo deje de estar aquí.
La verdad es que como no creo en la muerte en el más acá, sé que no te veré aparecer una noche en una esquina de mi cama, y si lo haces será porque yo estaré soñando, pero una vez que los abra te borrarás para siempre del interior de mis párpados por mucho que los cierre de nuevo para retenerte porque no, no era cierto, no estás grapada en ellos. Ningún despertar más terrible que el que llega tras el más hermoso de los sueños.
No creo en la reencarnación, no nos vamos a cruzar jamás con otros cuerpos para reconocernos por las mismas miradas.
No creo que brilles en una estrella y esa nube no existe. Ni en el cielo ni en la tierra he conseguido encontrarte por más que el primero ha recogido mis ruegos y la segunda mis lágrimas.
¿Arco Iris?, no, pequeña, no cruzaste un umbral de color, no hay luz ni hay ilusión, tu muerte no estaba escrita en un cuento de hadas sino en una tarde tan real como el amanecer que le siguió, amargo y triste como ningún otro. Tú atravesaste una negrura insondable y mis ojos sólo me devuelven incoherencias sobre hojas en blanco mientras mis manos te conjugan en pasado y mis desvaríos en presente.
Tampoco disfrutas con esto. Ni con nada. No existes. Tengo tus fotos y tengo mis recuerdos pero nada de eso eres tú. Te marchaste para siempre, aunque esta imbécil mañana ya no se acuerde de haber escrito esa frase y vuelva a hablarte como si todavía estuvieras ahí. Como si fueras a regresar. Como si nunca te hubieras ido.
No duele más una partida en sus aniversarios. Cada número está marcado en el calendario de la nostalgia. En cada fecha se cumple tiempo que escarba en el vacío y la soledad. Cada minuto hace una semana, un mes, un año. Cada año hace sólo un minuto.
Porque ahora hace un mes, tres horasy treinta y dos minutos desde tu muerte, mi niña.
Porque hoy también has muerto."
Gracias, Julio Ortega.
Te echo de menos, pequeña. Siempre.
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