miércoles, 28 de noviembre de 2012
Enfadarse es altamente recomendable.
Son las 22:57 de la noche. Tenía planeado acostarme a las doce, a más tardar, para recuperar el poco sueño que me falta e ir mañana fresca a mi (supuesta) última práctica.
He cerrado prácticamente casi todas las pestañas, dejando dos abiertas. Las de siempre, más por costumbre que por gusto; así mi atención se ha enfocado en mi mañana de mañana y en lo que tengo que hacer y, especialmente, cómo lo debo hacer.
Soy una persona un tanto inútil gracias a que he nacido tremendamente despistada y hasta me aventuraría decir que bastante desastre. Adoro mi mundo, estar en él horas y horas y me pierdo lo que tengo delante y a los lados. Me pierdo el mundo real por estar en el mío propio.
Las únicas veces que soy capaz de concentrarme en una sola cosa y callar esa dichosa vocecita sabelotodo y mandona es cuando estoy enferma o enfadada...o muy, muy, muy triste. Ante la clara evidencia de ausencia de enfermedad y que no añoro la tristeza, he decidido cabrearme a mí misma.
Si quiero hacer las cosas como se deben hacer, necesito la máxima concentración y la máxima mala leche que pueda acumular.
Suena estúpido, pero funciono así. Soy mejor cuando no quiero serlo que cuando albergo esperanzas de que podría.
Para ello, me he metido en Tuenti y he buscado fotos al azar de mi adolescencia. Las primeras eran felices y evocaban cierta nostalgia, las siguientes eran horrendas y me han dado vergüenza...mas nada parecido a un enojo. Hasta que he dado con las imágenes correctas, las personas correctas y los comentarios correctos.
Yo, con mis diecisiete y ese pasotismo aliñado con dulzura; ella, una amargada.
Cuando era una adolescente, era bastante petarda. Me gustaban las bromas más que a un tonto un lápiz y si entrabas dentro de mi "rango de amigos" no te ibas a librar de mis abrazos. Extrañamente, la gente lo solía aguantar demasiado bien...hasta que di con una chica que cada vez que le ponía la mano encima a alguien con pene me soltaba: "¡Calientapollas! ¡Dios, es que eres una calientapollas!". O que si me reía, me decía escandalosa; si hablaba, me mandaba callar; si hacía reír, pasaba a ser una pesada.
Ella me definía como un incordio. Y créanme, le faltaban razones (y no lo digo por defenderme, se me da bien criticarme dentro de lo auto-permitido).
Me he topado con dos fotografías repletas de mierda que soltaba por la boca y de mis respuestas estúpidas. Porque yo pasaba y le otorgaba a cada comentario un toque de pavo para al día siguiente, ya con palabras verbales, mandarla a la mierda con un conciso: "Fuera."
Ahora me río, pero en su día no me hacía gracia.
Con todo esto, lo que quiero decir...es que son las 23:11 y estoy algo nerviosa porque me dan falsas esperanzas, no me gusta hacer el ridículo, mi dolor de espalda no se atenúa, este dichoso flemón no se marcha, carezco de sueño alguno, me pongo negra al leerme cuando adolescente porque no sabía poner a la gente en su sitio tan bien como lo hago ahora (pese a que me tildaban de borde), esa niñata es imbécil y sufría unas carencias afectivas más que evidentes que la hacían odiarme por no diré qué motivos, el frío me congela los pies y los dedos de las manos, se me encrespa el pelo con una facilidad apabullante y, por último, la imagen elegida no es la correcta para esta publicación pero me la ha sudado completamente.
Bien. Las once y catorce. Estoy preparada para mañana. A este nimio cabreo lo apodaré Eustasio y dormirá, desayunará conmigo.
Buenas noches y que descansen.
lunes, 26 de noviembre de 2012
En medio.
Odio el autobús. De aquí a un tiempo, lo he estado utilizando en exceso y el odio que me profesa es enorme: detesto sus rígidos horarios, que pase cada tres cuartos de hora, la gente, los asientos llenos de mierda, las incontables paradas, la lentitud de algunos conductores, el más que sabido recorrido...
Y aún así, a veces me gusta ir en autobús. Porque me es más fácil dejar la mente en blanco mientras la música suena por los auriculares (andando es imposible que cese de pensar).
Hasta que aparece una canción familiar, de esas que asocias a un momento, emoción o persona. Uno de los errores más estúpidos: vincular melodías a recuerdos.
Hace ya más de un mes desde que escribí lo muchísimo que me pesaba haberme topado con que mis sospechas eran ciertas; con esos contados mensajes, los toques y el puto número de teléfono. Y que me cabreé y que lloré y que la mandé a la mierda innumerables veces en mi cabeza.
Porque se lo merecía (continúo pensándolo).
El asunto se me había medio olvidado. Digamos que lo tenía ahí, aparcado, porque las últimas veces que había hecho de detective el resultado no se había mostrado satisfactorio (si por satisfactorio entendemos que me diese de bruces contra la realidad...otra vez); digamos que me hice la pasota porque me convenía, porque estoy en medio, porque me da miedo.
Hasta que he escuchado una canción que asocié a ese día y, por tanto, a ese momento y a esos sentimientos. No me relajó, no me ayudó, no me entristeció...simplemente, la descubrí y la oí y pasó a ser la canción del miércoles diecisiete de octubre.
Una estupidez como una casa, sí.
De primeras el cuerpo se me ha llenado de una rabia descomunal, como si fuese a estallar, hasta que ha dado lugar a una leve tristeza. A la traición. Al "¿y luego qué?". Al "sus razones tendrá; si se siente sola, es normal; él tampoco es un ejemplo a seguir de civismo, respeto y amor". Al "no es justo."
Y, finalmente, al "si yo no estuviera en medio sé que sería más sencillo, si se diese el caso, de decir que se acabó y que adiós."
Las dos semanas siguientes a mi descubrimiento (o metida de narices, más bien) me las pasé repasando una y otra vez mi vida y cómo sería a partir de dicho suceso. Imaginé un hogar nuevo con una habitación a mi gusto, repleta de mí y que no me ahogase, en la que no me sintiese sola; un lugar distinto, sin fantasmas ni subnormales ni mierdas; que se pudiese dedicar a él; el adiós a los gritos, los insultos por gusto y toda esa parafernalia que suelen traerse entre manos cada dos por tres. Obviamente, el alivio fue inmediato. Total, yo no la quiero. Porque es difícil querer a quien a ti no te quiere porque sólo ve en tu persona un deshecho humano por el que mostrar interés.
Pero rápidamente todo cambió. De la felicidad pasé a sus motivos y me topé con una encrucijada.
¿A quién defiendes? ¿Es justo posicionarse a favor de uno si juegan dos?
Sigo sospechando, creyendo que hay algo. Que sé que no es del todo feliz y que quiere más y que le da igual herir a quien sea porque jamás ha pensado en nadie que no sea ella misma. Puro egoísmo, o supervivencia según se vea.
Y yo me pregunto, por auto-destrucción o gusto, si sería capaz de dar el siguiente paso en caso de que la realidad me diese un: "adelante."
Pienso que no. Quiero imaginar que sí.
Todo esto son meras suposiciones, por supuesto. Y cuentos míos de por la mañana cuando aún voy camino de mi rotonda predilecta con los ojos pegados, pero no puedo evitar sopesarlo. No con esa puta canción en los oídos.
Tonterías de niña pequeña que va de adulta.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Por Liniers.
- Vas para atrás, vas para adelante. Pero al final no vas a ningún lado.
- Hoy no estoy para profundizar, Pellini. A veces una hamaca es sólo una hamaca.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Viento.
No renuncio a nada, simplemente hago todo lo que puedo para que las cosas no me renuncien a mí.
(Cómo) cansa todo el tiempo ser una misma.
Cuando comienzan estos "días" y entran el frío, la lluvia, el otoño y una soledad abrumadora en mi habitación, creo que dejo de saber tratarme. Es decir...es como si me odiase o me asquease o no supiese con quién estoy tratando: ¡que soy yo misma y duermo, como, chillo, lloro, río...conmigo, joder! Y los demás dicen que da igual, que se pasa. Pero mientras se pasa yo me siento estúpida. Pequeña, diminuta y muy prescindible. Pesada, tonta. Inútil. Y hasta unas cuantas prácticas o cualquier cosa que deba llevar a cabo se me hace muy cuesta arriba.
Me cabreo. Muchísimo.
Y hago un balance de mi vida. Entonces, es horrible; todo lo que me parecía bien me parece catastrófico. Intento controlarme, aunque me sale a medias. ¿Que por qué? Porque la mandé a la mierda y ahora siento que la he traicionado, aún a sabiendas de que faltan pruebas. Porque salir de aquí y estudiar, trabajar..."aprovecharme", no son muy compatibles. O yo lo veo así. Porque no me ofrezco nada (pienso) y si yo no me ofrezco nada a mí misma, ¿qué te voy a ofrecer a ti?
Es horrible. Llámalo otoño, inmadurez o síndrome premenstrual...¡Es horrible estar así!
No quiero aferrarme a nada. No quiero cansarme (de mí). La tristeza es un vicio. Y yo me intento deshacer de ella con palabras escritas a trompicones...y, evidentemente, de poco sirve.
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