Qué triste es. Ella en sí. Y yo, yo también lo soy.
Se estancó en la memoria de la misma forma que yo en el olvido. Adónde irán todos estos lacerantes pensamientos cuando no me resulten útiles. O qué escribirán mis dedos si termina de preocuparme el camino (y lo digo poniendo la vista en un futuro cercano).
A veces relego el presente y lo abandono a su suerte en un rincón de estas cuatro paredes. Como una perra infiel que desobedece órdenes. Y en esos momentos anhelo la soledad porque acabo aborreciendo hasta mi propia sombra; ¿la incluyo a ella? ¿De verdad? Puedo afirmar que me incluyo a mí; entonces un "para ya, estúpida, que te vas a quedar en nada" me viene a la mente y el mundo se detiene durante cinco minutos y vuelta empezar.
Constantemente. Evoco constantemente a la nada. Como una forma de enseñarle modales a la perra que tengo dentro: "no grites. No respondas. Esto no y lo otro tampoco. Eso no se hace. Quiere. Aguanta. No pienses. Piensa en pensar en no pensar. ¡Detente! No les grites. El problema eres tú. No grites...Fatal; mala chica."
Sarcasmo. Me castigo evocando justo cuando trato de enseñarme a no recordar.
Y la culpabilidad me acompaña si derrocho un perdón cuando no debo.
Tanto para qué. No sé avanzar sin una mano que tire de mí y eso me asusta. No sé caminar sin correa y collar. Pretendía ser líder de la manada y me abandoné en el eslabón más frágil. Por una ralea de pavor que ni supe de dónde llegó ni si se irá; con la lluvia se limpia y se vuelve pura. Me consuela.
Durante breves minutos...consuela. Y no late el dolor que yo misma engendré.
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