Comienzan el miedo, la angustia, la enormidad.
Todo se magnifica. De bueno a inmejorable, de malo a horrible.
Necesito algo que me haga querer, porque poder siempre pude.
Algo que me empuje a decir “venga, voy a hacerlo, voy a intentarlo, todo saldrá bien y a la mierda con el resto.” Pero tengo en la cabeza metida la certeza de que todo esfuerzo va a servir de poco y me anulo a mí misma, que en eso soy experta.
A cada paso que doy me siento más imbécil, a pesar de que he empezado a ser una pesimista con suerte.
No me apetece buscar mi camino, ni mi vida, ni manejar nada. Prefiero dejarme llevar.
Hasta los cojones están los pies de andar a trompicones; qué pocas ganas de hacer nada por mí misma, de verdad…
Despertadme cuando acabe diciembre.
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