jueves, 14 de febrero de 2013
Indefensión aprendida.
Lo llaman "Indefensión aprendida". Y siempre me ha resultado interesante porque, a lo largo de mi vida, yo he actuado (quizás en parte, quizás totalmente) movida por dicho tecnicismo.
La indefensión aprendida es sumisión, es actuar pasivamente, es no hacer nada aun cuando puedes hacer algo por ayudarte a ti mismo. Es no saber controlar la situación y dejarte llevar por la seguridad que te da permanecer en el mismo lugar. No atreverte a salvarte.
Es que el perro no ladre y el humano calle.
Yo era una niña tímida, muy tímida y muy buena (rozando lo estúpido). Pensaba que, algún día, lograría cambiar el mundo aunque fuese un poquito. Creía en la bondad y en que las malas acciones son el resultado de una serie de desafortunadas consecuencias que ocurrieron en el pasado y que por ello hay que perdonar y olvidar.
Por eso, no odiaba a mi madre y me obligué a llorar cuando mi tío sufrió aquel accidente. Era lo correcto. Al igual que era correcto no defenderme de quienes me hacían acoso escolar ni detestar a la cabecilla porque no era su culpa. La culpa era mía, en todo caso, que jamás conseguía hacer sentir mejor a nadie ni demostrarle mi valía.
Era un perro atrapado en una jaula que al salir recibía descargas. Movía la cola, daba la patita, saltaba, lloraba, aullaba...y nada daba resultado, porque si salía volvía a recibir las descargas del verdugo. Entonces decidí que era más factible quedarme dentro y no salir, lo que traducido en mi vida diaria vendría a ser no salir de casa salvo que fuese necesario.
Y como no salía, y como el presente era tan triste, soñaba con el futuro. Tal vez demasiado.
Mis palabras eran mi única defensa, mi mayor poder y no las escuchaban. Los puños no me funcionaban bien.
Dada la situación, aislarse olvidando y perdonando era una opción.
Pero el tiempo pasa y mi corazón se hace fuerte, mi mente grande. Me he vuelto menos ambiciosa y más valiente. Iba siendo hora de que aprendiese a equilibrarme.
Llevo desde Octubre sintiendo culpabilidad por mi padre y llorando porque "no sé qué hacer" a pesar de tener la respuesta entre mis manos. Odiándola a ella, detestándola, dejando atrás sus motivos. Llevo tres semanas acordándome de los ojos azules de aquel pastor. Llevo dos años preocupándome de si el futuro traerá buenas o se volverá amargo, como si fuera a saberlo sólo por mirar al sol por la ventana.
Toda la vida sin hacerle caso a mi intuición y a lo que quiero, a lo que necesito; buscando razones para los del exterior en vez de hallar razones para mí, para la niña interior que no para de quejarse porque me niego a hacerle caso.
Pero el tiempo pasa y yo creo en la redención y en la catarsis emocional. Por lo tanto, voy a librarme de esta inseguridad que me acecha y voy a ser fuerte. Si he sido un perro que no ladra, ahora quiero convertirme en un lobo que aúlla.
Me merezco una segunda oportunidad, voy a dármela. Hablaré, lo intentaré encontrar, me enfrentaré a la verdad y no seré tan cobarde. Tan partidaria de negar los cambios.
Sé que puedo. Tengo parte del camino hecho: me he vuelto más sincera y he aprendido a perdonar de verdad, sin olvidar; porque perdonar olvidando se traduce en amnesia, en facilidad y comodidad para ti y el culpable.
Que me guíe la intuición. Que me proteja de las descargas mi equilibrio. Que los demás aprendan a salvarse solitos, que yo ya tengo bastante con lo mío.
Me definían mi empatía y mi bondad, mis ganas de ayudar. Mi sinceridad, mi inteligencia emocional, mi seguridad en que haga lo que haga todo irá bien.
Mi esperanza.
Me hacían caer la inseguridad en mi valía, mi timidez, mi miedo a la realidad. Mi indefensión aprendida. Ella, este lugar, los fantasmas, las paredes de esta habitación.
Pero de todo se sale.
Soy el resultado de una serie de consecuencias que me han hecho ser lo que soy ahora. Me niego a perderme, porque me gusto a mí misma.
Y si algo me hace caer, y si ha recibido ya dos oportunidades, y si ese algo me ofrece en bandeja de plata el no perdonar...la otra opción es echarlo fuera y cerrar la puerta con llave.
Porque si continúo de esta manera, enloqueceré y pasaré media vida buscando lo que fui.
No quiero fallarle, ni fallarme; ni quiero permanecer más tiempo encerrada entre estas cuatro paredes ahogándome. No quiero temerle al cambio, especialmente si es beneficioso.
Así que alzo mi bandera en señal de victoria. Eso sí, que nadie se atreva a borrarme las pisadas del camino ni a entrometerse, porque esta vez sí que muerdo.
sábado, 2 de febrero de 2013
Lucha -Luz- no "era sólo una perra."
La galga abandonada fue vista un jueves vagando por los túneles. Corría aterrada por el estruendo de los trenes, esquivándolos en la oscuridad. Al comprobar que el personal del Metro no hacía nada para rescatarla, algunos viajeros avisaron a asociaciones de protección animal, que pidieron permiso para actuar. Ya ocurrió algo semejante en Barcelona, cuando para salvar a un perro perdido en el Metro se detuvo el servicio tres horas, en un rescate en el que participaron bomberos, guardias urbanos y empleados de la perrera municipal. En Madrid, sin embargo, los responsables del transporte subterráneo se negaron a intervenir. Sólo dieron largas: se ocupaban de ello, la galga se la habían llevado a una protectora de animales, ya no estaba estaba en las vías, etcétera. Enrocada con su estúpida indiferencia, la empresa municipal rechazó todas las propuestas: jaulas trampa puestas en los huecos de los túneles o los andenes, unos minutos de parada de trenes para actuar con escopeta de dardos narcóticos. Nada de nada. Nosotros nos ocupamos, repetían. Y punto.
Pero mentían. Nadie se ocupaba de nada. La perra entró en los túneles un miércoles. Dos días después, al ser vista entre las estaciones de Sainz de Baranda e Ibiza –corría asustada bajo el andén, huyendo del tren que venía detrás-, seis asociaciones de defensa animal pidieron al Metro permiso para bajar a las vías y rescatarla. La empresa negó el permiso. El sábado a las 7 de la tarde en la estación de Sáinz de Baranda, un conductor dijo que había visto al animal tirado junto a la vía, en el túnel, a ciento cincuenta metros del andén. Rogaron los activistas que alguien bajara a la vía para ver si la perra seguía con vida, pero se les negó. Pidieron que se detuvieran los trenes durante unos minutos para proceder ellos mismos al rescate, y también se les negó. Mientras tanto, el andén se llenó de vigilantes, encargados de controlar a los miembros de las asociaciones protectoras. `Vaya follón –oí decir a uno en el vídeo de Internet- va a montar el puto perro.”
Hartas de aquello, dos mujeres, Irene Mollá, de la asociación Más Vida, y Matilde Cubillo, de Justicia Animal, decidieron echarle ovarios. Mediaban 18 minutos entre el paso de cada tren, así que saltaron a las vías desoyendo las órdenes del jefe de Seguridad del Metro, para internarse en el túnel con las pantallas de sus teléfonos móviles como linternas. Al poco regresaron trayendo a la galga en brazos, tapada con una chaqueta, todavía sangrando con una pata amputada. Atropellada. Muerta. En los cuatro días transcurridos, cuando aún estaba viva y sana, ningún vigilante había acudido a rescatarla, ningún empleado se arriesgó a una sanción por parar el tren. Los convoyes, que se inmovilizan cuando caen a las vías unas llaves o un teléfono para que el personal baje a buscarlos, los conductores que si hay huelga ignoran los servicios mínimos cuando conviene al sindicato correspondiente, no pudieron detenerse unos minutos para rescatar a la galga extraviada. Habrían sido sancionados, claro. Paralizar el tráfico suburbano por una perra, nada menos. Y eso, en un Madrid donde no falta día sin que una concentración ciclista, cabalgata, procesión, verbena, manifestación autorizada o ilegal, paralice impunemente la ciudad, corte el tráfico, bloquee autobuses o taxis y causa atascos monstruosos mientras la autoridad competente, vía sufridos policías municipales, se limita a encogerse de hombros cuando le preguntas cómo carajo llegar al trabajo o a tu casa.
Y, bueno. Me cuentan que las asociaciones de defensa animal se han querellado contra los responsables del Metro de Madrid por omisión de socorro, maltrato animal o como se califique ese puerco asunto. Así que desde aquí ofrezco mi firma. Espero que retuerzan el pescuezo a esos tipos. Y tipas. Ojalá, en memoria de aquella pobre perra asustada, les saquen a todos las entrañas."
Hartas de aquello, dos mujeres, Irene Mollá, de la asociación Más Vida, y Matilde Cubillo, de Justicia Animal, decidieron echarle ovarios. Mediaban 18 minutos entre el paso de cada tren, así que saltaron a las vías desoyendo las órdenes del jefe de Seguridad del Metro, para internarse en el túnel con las pantallas de sus teléfonos móviles como linternas. Al poco regresaron trayendo a la galga en brazos, tapada con una chaqueta, todavía sangrando con una pata amputada. Atropellada. Muerta. En los cuatro días transcurridos, cuando aún estaba viva y sana, ningún vigilante había acudido a rescatarla, ningún empleado se arriesgó a una sanción por parar el tren. Los convoyes, que se inmovilizan cuando caen a las vías unas llaves o un teléfono para que el personal baje a buscarlos, los conductores que si hay huelga ignoran los servicios mínimos cuando conviene al sindicato correspondiente, no pudieron detenerse unos minutos para rescatar a la galga extraviada. Habrían sido sancionados, claro. Paralizar el tráfico suburbano por una perra, nada menos. Y eso, en un Madrid donde no falta día sin que una concentración ciclista, cabalgata, procesión, verbena, manifestación autorizada o ilegal, paralice impunemente la ciudad, corte el tráfico, bloquee autobuses o taxis y causa atascos monstruosos mientras la autoridad competente, vía sufridos policías municipales, se limita a encogerse de hombros cuando le preguntas cómo carajo llegar al trabajo o a tu casa.
Y, bueno. Me cuentan que las asociaciones de defensa animal se han querellado contra los responsables del Metro de Madrid por omisión de socorro, maltrato animal o como se califique ese puerco asunto. Así que desde aquí ofrezco mi firma. Espero que retuerzan el pescuezo a esos tipos. Y tipas. Ojalá, en memoria de aquella pobre perra asustada, les saquen a todos las entrañas."
Por Arturo Pérez-Reverte.
Y yo que nunca he sido gran amante de este hombre...No por odio hacia él, ni por sus ideas. Simple y llanamente, jamás me ha atraído su literatura lo suficiente como para querer devorar sus palabras. Me resultaba inverosímil, indiferente; hasta que leo y leo y leo, en todos estos años, sus quejas, sus voces, sus rencores a todos aquellos hijos de la gran puta que matan a un perro, a un gato, a cualquier animal. Animal que, a diferencia de nosotros (que también somos animales y cagamos, follamos, meamos, comemos, respiramos...como cualquier otro, no lo olvidemos), se encuentra indefenso ante el hijo, o hijos, de la gran puta que decide atacarle, maltratarle, humillarle, quitarle la vida.
No hay ser más noble que un perro, más fiel que un perro. Eso dijo una vez y yo no puedo estar más de acuerdo. No hay ser más puro que un animal, porque en la puta vida he visto a un periquito ser hipócrita ni a un toro sacarle a un caballo las entrañas por mero aburrimiento.
El día que un animal, el que sea, decida asemejarse a nosotros y realizar la infinita larga de malas acciones que llevamos a cabo (contra los demás y contra nosotros mismos) quizás cambie de opinión. Quizás me atreva a decir: "Dichosos animales. Menudo coñazo dan, menudo asco dan." Quizás me plantee ser menos misántropa (y todo esto sin llegar a serlo del todo, que mantengo la esperanza).
Esto ya no es por Lucha, ni por Schnauzi, ni por ningún otro nombre que haya muerto por estupidez humana. Esto ya es por resentimiento, porque me duele, porque estoy hasta los ovarios. Y la indignación me puede.
Me gana porque los hijos de la gran puta jamás la pagan. Y los que no hacen nada la pagan, como poco, por triple.
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