martes, 30 de agosto de 2011

Tiempo.


Me falta tiempo. Me faltan ganas. Me sobran las palmaditas en la espalda y las palabras de ánimo.
Yo, que tenía las cosas tan claras...Siempre tan claras. Toda mi vida programada al milímetro y mis sueños formados de tal manera que nada podía fallar, el cumplirlos era tan sólo cuestión de tiempo.
Y ahora mírame. Si lo consigo, malo. Si no lo consigo, peor. Tal vez todo esto no sirva para nada.

Quizás en estos momentos peque de catastrofista (o peor aún , de pesimista), pero no quiero perder. Ya lo dije una vez.
Todo aquel conocido y amigo avanzando; ser la que se quede atrás siempre me ha dado pavor. No avanzar. Retroceder o estancarme en el camino. Yo quería ser la que decidiera cuando debía comenzar mi vida, no los demás, no una nota, no una profesión, no otra persona.

No quiero quedarme atrás. No quiero perderlo, no me gustaría perderlas, lo que menos necesito ahora es perderme.

Si pudiera recuperar el tiempo perdido en la nada...

lunes, 29 de agosto de 2011

La luz del OVNI.



-Y aquí, en este mismo sitio, me contó mi tío que hace tiempo se vieron extraterrestres.
*¿Extraterrestres? –rió.- ¡Venga ya, hombre, venga ya!
-Que sí, coño, que es verdad. Resulta que a esta zona no viene mucha gente; aquella vez vino un hombre solo y bueno…era de noche. De repente, vio a lo lejos una luz que no sabía de dónde venía. Pero no se preocupó, hasta que la luz comenzó a acercarse más y más y, de forma tenue, se vislumbraba una figura. Una especie de…platillo volante. Así que, acojonado, cogió su coche de mierda, porque claro, en aquella época los coches no es que fueran muy buenos, para qué te voy a engañar…e intentó escapar sin suerte. La luz se fue acercando cada vez más hasta que desapareció. Nunca se supo qué ocurrió con él, sólo que el coche apareció solo justo en el sitio en el que lo aparcó.
*Bonita historia, pero es que yo no creo en esas cosas…
Hasta que se encendió una luz a lo lejos. Difuminada. Parecía moverse entre el paisaje, se hacía hueco entre los árboles que le impedían cobrar importancia. Y el corazón le latió rápido pensando en OVNIS, extraterrestres y desapariciones. Mas a él también se le metió el miedo en el cuerpo.
*¿Qué es eso?...
-Ni idea…Anda, vámonos.
Bajó del capó del coche y, entre su imaginación y la oscuridad, su miedo iba creciendo mientras que él, ya totalmente seguro de lo que era aquella lejana luz, la hacía montarse en el coche a una velocidad de vértigo para que pudieran escapar entre sus risas y las caras de enfado y vergüenza de ella.

*¡De qué te ríes tú tanto!, ¡no tiene gracia!
-¡Que no creía la tía en esas cosas, decía! Pues mira qué acojonada vas ahora…-carcajadas.- No te preocupes, ¡que era un coche!
Y la cara de imbécil que se le quedó sí que fue para convertirla en una historia de terror.

Al menos pudo ver las estrellas. Al menos pudo guardar un recuerdo de esos que no se borran, para bien o para mal.
Al menos pudo pedir un deseo a cada estrella que vio, fugaz o no, porque las fugaces hace tiempo que dejaron de importarle; si quieres algo lo pides, y ya está. Que que se haga realidad no dependerá de la estrella…al menos, no en su caso. 


Estaría bien volver a ver estrellas fugaces, OVNIS, extraterrestres...Pedir deseos. Lo que sea. Pero vivirlo de nuevo. 
Ahora a Ella le hacen falta aquel tipo de sensaciones, liberarse, sentir. Y dejar de pensar en no pensar...

lunes, 22 de agosto de 2011

Obsesión por ella.



Si pudiera recuperar el tiempo perdido…

Ella quería ser modelo. Quería ser cantante, actriz; buscaba destacar. Atrás, muy atrás quedaron aquellos años en los que, karaoke en mano y ropa ostentosa en cuerpo, salía a la noche veraniega a interpretar mi papel de estrella del pop mientras mi público, ensimismado, aplaudía y me animaba a continuar.
Y es que aunque mi público se reducía a mi querida abuela, a mis tías, a mis primos mayores y, alguna que otra vez, hasta a mi padre, yo cantaba con todas mis fuerzas el “Corazón Salvaje” de una tal Marcela o el “Toda” de Malú. Me paseaba delante de todo el mundo con mirada desafiante y cara de luchadora, de vencedora, con la cara del éxito.

Quería ser modelo, cantante, actriz. Buscaba destacar. Pero qué niño no anhela resaltar por encima del mundo.
Quería salvar a los demás, animales por delante de nadie y erradicar el hambre. Una lástima que me olvidara de que también debía salvarme a mí.

Si pudiera recuperar el tiempo perdido, empezaría por erradicar de mi pasado lo que describiré como autofobia y lo que una persona importante para mí, denominó de forma exagerada dismorfofobia. Haría desaparecer con un chasquido de dedos mi miedo a la fealdad; pero a la mía, no a la de otros.

Qué cosa tan estúpida. Parece tan absurdo al recordarlo y sin embargo, duró tanto.
Más de lo que imaginaba.
Lo escribí en mi diario, ese al que llamé Camy para tener algún nombre que poder pronunciar entre tanta soledad y hastío. Con siete años comenzó la niña a no querer ser actriz ni cantante ni modelo; con once se tapó y con trece se odió. Y más, y más, y más, y más. 


Como si la belleza de una persona la hiciese más digna de vivir, yo me encerré en mi caparazón y oculté mi figura bajo ropas anchas y mi cara tras un largo flequillo. Y mi autoestima la enterré en el suelo, de paso; supongo que me molestaba para llevar a cabo mi labor de hundirme.

Ella ya no quería ser nada. Se conformaba con ser bonita.
“¡Qué estupidez!”, ahora me río. Antaño no. Todo lo contrario. No obstante, me gustaba ser fea porque encontré en mis múltiples defectos una razón por la que no me aceptaban ni fuera ni dentro de casa. Una razón por la que no me querían, un motivo por el que odiarme a mí misma sin que pudiera echármelo en cara esa tenue vocecita que habitaba en mi cabeza y me instaba a dejarme de tonterías.

Me odié. Engordé. Me odié. Adelgacé. Me odié. Me di asco.
Me odié. Oculté mi cara. Me odié. Escondí mis ojos. Me odié. Me di asco.
Me odié. Mucho. No quise fotos y si las había, las eliminaba. No quería pruebas, no quería espejos, nada que me estampara en la cara mi obsesión.
Porque era una obsesión; la más absurda.

Sirvió semejante miedo para expiar las culpas de aquellos que se dedicaban a hacerme la vida bastante más difícil de lo que ya era de por sí, para no quejarme si en casa las cosas no iban como debían ser o si el que se suponía debía aceptarme tal y como soy se pasaba de castaño a oscuro con mentiras y engaños.
Todo un chollo. Un “hazme lo que quieras, soy tan asquerosa y fea que me lo merezco; venga, ven, hazme la vida imposible, todo lo que tú dices es cierto, soy un monstruo.”
Y el resto le daba la razón a la ya no tan niña. 


El mundo decidía sobre ella y se convertía en su voz interior.
Se contaminó de embustes y falacias, de (auto)traición. Y la autoestima desapareció…

Sé que no todo se debió solamente a esa “dismorfofobia” que la niña padecía, que lo suyo era falta de afecto porque estaban en el hogar escasos de él y angustia sobre angustia, ansiedad sobre ansiedad, odio de otros que ella aceptó y convirtió también en propio.
Que eran demasiadas cosas a pesar de que durante mucho tiempo se centró especialmente en su razón particular. Esa que, de una u otra forma, la hacía feliz porque encontró una respuesta a sus tantas preguntas escritas y lloradas.

Si pudiera…si pudiera recuperar el tiempo perdido, ir atrás y verla, decirle que no malgaste así la infancia ni la adolescencia, que no mate así su amor propio…
Si pudiera…si pudiera recuperar el tiempo perdido, sería feliz pasase lo que pasase, se acabarían las pisadas, dejaría olvidado mi temor a mí misma. Que todo ese remolino de emociones negativas no era nada más y nada menos que un miedo a aceptar una realidad inexistente: que no merecía ser ni estar; ni que me perteneciera el verbo “querer”.

sábado, 20 de agosto de 2011

Mentiras.


¿Quién? ¿Quién dijo eso de que no se puede vivir bien entre mentiras? Porque yo estoy viviendo de lujo entre ellas...
Entre "puedes hacerlo" y palabras de consuelo, entre "volveremos a vernos" y mensajes que no llegan, entre "hay alguien ahí dispuesto a luchar" y aprender a sobrellevar que no por mí, entre "todo se olvida" y terminar recordando, entre "eres" cuando finges...entre yo y lo que quiero enseñar y entre ellos y lo que desean mostrar.
Porque de verdad. Entre mentiras se vive muy bien. Es más, diría que es como mejor se vive; el problema, quizás, viene cuando sabes que abandonaron el disfraz de verdades y a veces te azotan. Pero sólo a veces. Porque total, tú también mientes, no tienes ningún derecho a desenmascarar falsedades duelan o ridiculicen hasta a ajenos.

Me gusta estar entre ellas. En algunos momentos pienso que la razón se encuentra en que las verdades son incluso más hijas de puta y las mentiras, con sus sarcasmos e ironías, no hacen tanto daño. O eso pienso, eso creo...eso necesito.


miércoles, 17 de agosto de 2011

Wake me up.



Comienzan el miedo, la angustia, la enormidad.
Todo se magnifica. De bueno a inmejorable, de malo a horrible.

Necesito algo que me haga querer, porque poder siempre pude.
Algo que me empuje a decir “venga, voy a hacerlo, voy a intentarlo, todo saldrá bien y a la mierda con el resto.” Pero tengo en la cabeza metida la certeza de que todo esfuerzo va a servir de poco y me anulo a mí misma, que en eso soy experta.

A cada paso que doy me siento más imbécil, a pesar de que he empezado a ser una pesimista con suerte.

No me apetece buscar mi camino, ni mi vida, ni manejar nada. Prefiero dejarme llevar.
Hasta los cojones están los pies de andar a trompicones; qué pocas ganas de hacer nada por mí misma, de verdad…

Despertadme cuando acabe diciembre

miércoles, 3 de agosto de 2011

La cara mala de las mariposas.


Trato de entender las mariposas, procuro comprenderlas antes de que mueran devoradas por enjambres de avispas en el estómago. Sufro una masacre en la garganta, se forman telarañas de nudos.
Mi propia razón se convierte en una intrusa…

Continúo sintiendo esa inseguridad constante, aunque se limite a visitarme cuando no hay nadie. Creo que esto es una enfermedad, verme así me hace sentir débil; como si fuera a quebrarme en pequeños trocitos, como si tuviera(s) ese poder: romperme, igual que si estuviese hecha de cristal, de papel.

No asimilo el significado de la “cara mala” de lo que sea este “siento, luego existo.”
Cuando tú no los miras, mis ojos son más tristes. Quiero decir…necesito arañarme el corazón, arrancarme la piel a gajos para sentirme menos dependiente. ¡No me gusta ser dependiente! Puedo vivir sin ti, sin ellas, puedo vivir, sí, pero siento tan dentro, tan, tan, tan profundo un “no quiero” que no me apetece desaparecer.
¿Cómo expresarlo? Esto es lo que has formado, un remolino y un tormento.
Has creado tardes de jazz igual que ellas crearon tardes de helado, de tarta, de notas psicodélicas. Y te has llevado un trozo de mi frágil estructura…me encuentro vulnerable. Tan vulnerable que incluso estoy dispuesta a compartir cielos naranjas y negros contigo cuando siempre han sido míos. De nadie más.

Siempre supe que era fuerte, más de lo que ella o cualquiera imagine. Yo me basto conmigo misma, pero es que me haces estremecer. Sí, esa es la palabra, ese es el verbo que se esconde: estremecer. Siempre me estremeceré cada vez que tu mano recorra mi espalda con suavidad, cada vez que tu voz me ponga la carne de gallina, cada vez que sienta esa puta necesidad de verte.
Mi siempre sí es siempre. Que sé de lo que hablo…

Te echaría la culpa al igual que busqué culpables a mi felicidad entre ellas; sin embargo, no encuentro más culpables que yo.
Y por eso continúo aquí, sin preocuparme, dejándome llevar. Con recuerdos azotándome. Porque quiero verte amanecer una vez más…Quiero decir, que este cielo sea nuestro. Y me siento tan extraña…

Que sea un clavo, una tirita, que sea yo misma o yo misma merezca la pena, comienzo a entender el motivo por el que no quiero separarme de ti. O de ellas, aquellos días en aquel parque en el que solíamos gritar. Y no pasa nada, nadie es culpable, sólo existen inocentes, salvo yo. Que esta “cara mala” de estas sustancias químicas y esta conexión espiritual (o lo que coño sean) no encuentran su significado en un “soy tuya”, ni venderé mi alma al diablo, ni…

Soy fuerte. Pero quiero serlo contigo. Porque me has convencido