martes, 1 de marzo de 2011

Valga la redundancia.



La tumbó sobre la alfombra y se la folló. Y ella a él. Se follaron toda la noche, sin parar. A ratos no sentían ni placer, otras veces dolor, en ocasiones amor, en ciertos instantes cansancio. Pero lo importante es que follaron, se unieron, hicieron un puzzle de dos cuerpos. Piezas perfectas que encajaron hasta la perfección. Hasta que llegó la mañana, y uno de los dos se olvidó la corbata o el sostén. Y llamar. Nunca se le dio bien eso de llamar, recordar números o tener sentido de la orientación.
Pasaron cuarenta y ocho horas y otra persona se tumbó sobre la alfombra, y todo volvió a empezar. Las cosas son bucles sin fin, con pescadillas en su interior mordiéndose la cola. Eso es lo que hace la vida tan rematadamente pesada.
Lo único positivo es el placer que se siente de vez en cuando al, simplemente, hacer un bizcocho, escuchar música, quejarte, mear, irte de vacaciones o, mismamente, follar.

Qué redundante

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