lunes, 3 de enero de 2011

Gúbai, olivoh off mai jart.



Me he quedado sin olivos, señores. Sin olivos me he quedado.
Eran mi herencia familiar materna. Y por idiota, me los han quitado. “Que habrás hecho ya”, se preguntan algunos; no cenar en Nochebuena con eso que llaman familia, lo que viene a ser un pecado mortal para mi abuela, que la lió esa noche buena (qué chiste más malo…).
Ya sé yo de sobra, aunque no lo parezca de lejos, que estas fechas tan señaladas son para pasarlas con la gente que más te quiere, te aprecia, te valora, te adora…y todas esas cosas que no sienten por mí ni mis padres. Que no exagero, que no, que hasta en Nochevieja me dejaron sola. Por razones así de similares entre ellas, supongo que me fui a buscar un rincón en otro sitio a pesar de que no fuera el mío.

Mi santa abuela sigue pensando que hice mal. Mi otra abuela (que sí es santa) continúa creyendo que hice lo que debía hacer, sin males ni bienes de por medio. Porque uno sabe lo que quiere en el momento justo y no hay que pararse a estipular sobre los actos tan a menudo.
Así que sin olivos, por mis pecados, me he quedado. De la herencia paterna no hablaremos, que el tontorrón ese se lo dio todo a una que pasaba por allí y no sé qué será de nosotros…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca entenderé la manía de algunas octogenarias - por llamarlas de alguna manera - de que la familia es la familia; aplicable también a la idea "todo el mundo debe ser familia hasta para ir a cagar". ¿Tanto cuesta entender que, hay veces, que es mejor poner tierra de por medio? No sea que se monte la III G.M.

Y sino... siempre quedará comprar un olivo (yo tengo algunos en la torre pero no son como ese de la foto) o un árbol frutal para ahorrar en frutería.