martes, 18 de enero de 2011

Entre ojos cerrados.



Imagínate una jaula. Créate ave sin alas.
Te ofrece una mano, probablemente irreal, salir y escapar. Pero escapar a dónde, si para ti no existe lugar.

Se divisan tres puertas y, guiándote hacia cada una, un camino de piedras. No se muestran muy tentadoras tan negras, tan robustas y con tanta roca deseando destrozarte planta y talón.
Sin embargo, de nada te sirve pararte ahí a ver las estaciones pasar. 


Te decides, sin pensar, por la primera. La abres. No te atreves a cerrarla. Está repleta de cuadros, pinturas, escritos…de música. Clásica. Suena Wagner y sonríes. Avanzas unos pocos pasos y te fijas en cada obra de arte: son tus recuerdos. Espanto en la cara. La habitación te da tanto asco que retrocedes; hay palabras insultantes decorando las paredes, promesas suicidándose, hay mucho a lo que has escapado y vuelves a hacerlo. “Por una vez más, no importa…”, te consuelas.

Abres la segunda. “¡No hay nada!”, piensas. A lo lejos, alumbrando la oscuridad, la luz de una triste vela. El resto apagadas. Lo más destacable es el eco y unos ligeros murmullos ahogando las palabras convirtiéndolas en inentendibles a tus oídos,  ahora cada vez más sordos.
Reflexionas porque no entiendes. Hasta que le encuentras el significado: es tu sueño, son tus metas, cada vez más tristes, lejanas y apagadas. Te invaden el desánimo y la frustración, por lo que decides abandonarla.

La tercera. Dudas, pero la abres a regañadientes.
“¡Hola!”, saluda una voz familiar. “Te he echado de menos”, otra. Y así durante cinco minutos. No puedes reconocer caras ni cuerpos porque la luz abundante te ciega. Al fin, se acostumbran los ojos. Lo que está ante ti es lo único que te importa. Hay muy poco, demasiado poco. Pero tú eres feliz con eso. Siempre tan conformista…
La luz se funde con sombras de repente. Y lo preciado se mancha de miedos e inseguridades, falsas evidencias, que son más tuyas que de nadie. Te agobias, desesperas, entristeces…enloqueces y por tanto, escapas.

Vuelves a estar fuera y te quedas con la sensación de que tiendes a destruir lo poco que hay para ti. Y lo divides. Temes y huyes.
A tu derecha, espacio. A tu izquierda, materiales. Puedes crear otra habitación, pero te ves tan inútil que estúpido de ti te sientas y, cuando finalmente te pones en pie, es para volver a tu jaula. 

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