viernes, 19 de abril de 2013

Contar.


Imagínate que llega un día, allá por los treinta y pico (toca madera, ¡¡toca madera!!), en el que te da por tener hijos.
Como todo el mundo, vaya.
Uno, dos...para de contar. Depende de cómo se encuentre el mundo y de en qué zona geográfica del globo te encuentres. De con cuánto dinero cuentes y de con cuántas ganas de ser madre dispongas. De muchas cosas.

Y claro, un día, allá por los treinta y pico (que toquen madera, ¡¡que toquen madera!!), a tus hijos (o hijo, quién sabe si plural o singular a estas alturas de la película) les dará por tener hijos.
Uno, dos, tres...Yo en paternidades ajenas no entro.
En ese momento te conviertes en abuela. De esas que hacen natillas con galletas todos los sábados, que no van a misa, que visten con pantalones del Massimo Dutti y que pasa de tener canarios en el rellano de casa. Como sabrás, cuenta la leyenda que los nietos preguntan más que los hijos acerca del pasado y de la vida; total, los hijos, nos guste o no, viven en ese punto intermedio entre lo nuevo y lo viejo, lo suyo y lo tuyo, que les hace independientes de toda historia que a ti te concierne.

Y claro, un día, llegan tus nietos intranquilos del colegio a buscar su bollicao del futuro y como en la televisión hace años que dejaron de emitir dibujos animados porque "Gran Hermano 85", "Sálvame Versión Marte: Curiosity y el blanqueo de piezas mecánicas" y "Marbella Shore" son muchísimo más interesantes, tu nieto te preguntará acerca de ti.
Por aburrimiento, no te creas.
Unos ojos intranquilos, inocentes y una boca manchada de chocolate que te hacen cuestionarte cuál de todas tus historias es la mejor. Porque, llegada esa edad, espero que tengas un trillón de historias que contar.


Que no todo se quede en un: "Ay, mi niño. Yo es que me pasé más tiempo preocupada en gilipolleces que en vivir la vida" o en un "¿Historias? No tengo de eso, niño, aunque puedo contarte los Tweets tan graciosos que escribía tu abuelo por las mañanas..." o peor aún, en un "Niño, calla y come, que eres muy pesado."
¿No, verdad? Sería horrible. Tu nieto defraudado y tu hijo y la nuera sintiendo vergüenza ajena.

Con lo divertido que sería contarle que has recorrido Alemania desde su primera esquina hasta su último rincón y que el ramen más rico lo cocinan en una callejuela escondida en Enoshima. Que Roma es bonita pero muy cara...y que Portugal siempre se ha parecido demasiado a España como para impresionarte.
Contarle que, cada vez que ibas a Barcelona, la Sagrada Familia continuaba en obras y tu abuelo se disgustaba o que un día casi te ahogas en plena orilla de una playa gaditana.
Que una mujer adoptó a un perro de tres patas y lo enseñó a hacerse el muerto y os enviaba una y mil fotos para que supieseis en todo momento cómo estaba. Que los helados de Kinder Bueno merecen mucho respeto y que una mañana, sin ton ni son, te dio por animarte y apuntarte a ese grupo de gente que acude todos los años a Tordesillas para decirles a sus habitantes que se dejen de tanto toro de la vega e inventen otras tradiciones que no incluyan sangre y jadeos.
Que España estaba mu' mal, niño y la gente ni caso al principio, ni caso, pero luego con el tiempo decidieron quejarse más en la calle y menos en casa, salir más afuera y olvidar la picaresca; porque los políticos, quisiésemos o no verlo, eran un reflejo de toda la mierda que llevábamos dentro.

Imagínate, algo así.
Tendrías para un par de semanas y el niño terminaría aburrido hasta la médula de todas esas historias que tienes que contarle. Historias de verdad, que demuestran que has vivido, que no te has pasado todas las décadas que has decidido recorrer preocupada porque un día perdiste a alguien o porque te ha salido una estría en la pierna.

No sé, ay, niño, contar del verbo vivir, no del verbo desperdiciar el tiempo.

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