miércoles, 4 de abril de 2012

Otro día, y otro, y otro, y otro...


Me he quedado (oficialmente) sin recursos. Es decir, mi nevera está vacía (mucho más que nunca) y mi cabeza en blanco; llevo cuatro días de vacaciones y no sé en qué invertir el tiempo. Estudiar chino me lleva menos de dos horas, el árabe aún no me atrevo a tocarlo ni con un palo, no tengo suficiente material de la Universidad como para poder ponerme a empollar como Dios manda, mis amigos debieron de irse a Cuenca de viaje (y los que no, pusieron una traba y no insistiré para que no existan entre nosotros más excusas burlescas), mi jerbo continúa su duelo, las calles de Granada son ahora un hermoso nido de fieles aclamando piedad a su Señor por la desastrosa lluvia (eso no invita a salir), Julio Cortázar sólo desea ser mi amigo si me dejo engatusar por sus palabras y por ende entro en depresión; la dichosa monstruación mutante me está haciendo incubar algo en el vientre y me mata a lloros que cuando no son por agobio, son por angustia y cuando no, porque la hermana de Theon Greyjoy es horrorosa y la fulana a la que se tira tiene tetas de cabra. 

Horrible, vaya. 
El período vacacional me dota de una libertad que no sé disfrutar. Me pregunto, en estas eternas tardes de primavera que se me hacen infumables a partir de las seis y media/siete, qué cojones hacía yo antes para distraerme. A parte de ver videos de chinos, series de chinos, y más cositas de chinos, y no me acuerdo. Yo sé qué tenía muchos hobbies, que pintaba (muy mal, muy, muy, muy mal), era fan de varios bloggers, estaba en treinta mil foros, escribía, daba paseos, hacía ejercicio (más, porque lo que yo ahora hago es denominado en mi pueblo cambiar la bicicleta de sitio), leía, inventaba, gastaba un pastizal en teléfono...Hacía cosas. Muchas. Más incluso, y bastante entretenidas, que las que estoy contando aquí. En cambio, no recuerdo nada y por lo tanto, me ahogo en un vaso de agua.

Me tumbo en la cama a pensar qué sería del mundo si el cielo fuese verde y el agua marrón o qué tipo de cosas me llevaría a una isla desierta (las anticonceptivas dije que no). Salgo a la terraza y le echo fotos al sol, a las nubes, y sonrío como una lerda "ay, qué bonico" y las bragas al suelo de la emoción (no literalmente). Llamo a la perra por la ventana. Miro el móvil no una, sino ochocientas veces a lo largo del día. Me desespero. Y lloro por la regla y río y lloro y río y así todo el rato. 


A veces desconozco si me estoy aburriendo o me estoy entreteniendo. Hasta ahí ha llegado mi nivel de "empanamiento mental".
Me sé la vida completa de Richard Madden, me he dado cuenta de que Mad Men no me gusta a pesar de que la ponga a cargar mil veces y que la tal Carly Jae Repsen o como demonios se apellide tiene voz de pito y una boca que pa qué.
Lo peor de esta situación es que me he acomodado, igual que hacía antaño. Me siento segura (en cierto modo) y...no, bien no sería la palabra. Cómoda, sí, dejémoslo ahí. Porque me acuesto a las tres entre ideas banales y me levanto a las doce entre risas o nervios; toco la armónica justo a las cinco si el vecino inicia su tarea de dar por saco con la canción del Titanic con el dichoso violincito. Reveo una y otra vez la misma parte del mismo capítulo de la misma serie. Me vuelvo friki si se me antoja y me hincho a spoilers. Como si lo deseo, sino no. Me llamo fea si me miro al espejo y nadie me lo impide, igual que si me da por decir que estoy más buena que Jennifer Lopez. No hablo con nadie, excepto con una persona.

Y a pesar de todo, de tanta comodidad, mi cabeza sigue en blanco porque nada le llena. Me falta algo; no recuerdo si también en el pasado. Y cuanto más me falta, más me angustia. O me agobiará la búsqueda y yo no lo sé.

Lo que sea, Dios dirá. Yo hoy me voy a enfrentar al mundo real en busca de unas anticonceptivas que luchen contra este regalo de la naturaleza. A prisa me marcho, antes de que eche de menos lo que tengo en mi nido. 

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