viernes, 17 de mayo de 2013

Mi rayuela.


"A veces uno amanece con ganas de extinguirse, Rocamadour. Como si fuéramos velitas sobre el pastel de alguien inapetente. A veces nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos. Seguro que ahora no comprendes ésto, pero cuando seas mayor habrá días en que amanezcas con ganas de que un aliento gigante sople sobre ti, apagándote. Así es la vida, Rocamadour, un constante querer apagarse y encenderse."

miércoles, 15 de mayo de 2013

jueves, 9 de mayo de 2013

¡Arriba!




Y cada vez que lo veo, me parece más precioso, más triste, más auténtico.

viernes, 3 de mayo de 2013

Tal que así te lo he contado.

A punto de terminar, o ya acabado, lo guardo en borradores. No me convence o transmite lo mismo de siempre o me aburre o no me parece adecuado. Me regaño a mí misma automáticamente: "Si no ibas a publicarlo, no comiences a escribir. Estudia, resume, esquematiza. Venga."
El estrés y el agobio se me han acumulado desde siempre en la espalda, especialmente en los hombros. Es un dolor horrible, sobretodo a la hora de dormir cuando pretendes estirarte porque da la sensación de que fueses a romperte en dos.
Para eliminar el estrés y el agobio suelo darme varios descansos. Lo hago desde hace mucho, desde que estaba en el instituto en tercero de ESO y repetí; a partir de ese curso, no pude volver a estudiar del tirón. No porque me volviese tonta, vamos a ver; los motivos me los voy a reservar para mí. El caso es que necesitaba intervalos de tiempo en los que mantuviese a la mente distraída con algo que le gustaba, daba igual lo que fuese; o mantenerla pensando, que era malo pero yo lo buscaba.
Ahora me doy descansos porque soy muy vaga y porque me desespero pensando que lo que hago no vale para nada o que yo no valgo para nada o ambas. Me siento un poco inútil. Procuro decirme a mí misma, varias veces si hace falta, que mi valía no depende de si realizaré o no una carrera universitaria o un ciclo superior, que no depende de si algún día me llaman para doblar camisetas o para reponer cartones de leche en un supermercado. Que yo, y todos, somos más que eso. Que nuestra valía está determinada por cómo somos y por cómo nos comportamos, por nuestra bondad, por nuestras acciones.
Pero no me sirve. Lo digo muchas veces: quiero vivir. Vivir del verbo no desperdiciar el tiempo, lo que en mi lenguaje abstracto se traduce en viajar, salir, ayudar, colaborar, conocer. Probablemente sea una estupidez; no sé, todo el mundo desea viajar, ¿no? Claro que no todo el mundo desea poder donar dinero para investigaciones en vacunas contra el SIDA, por poner un ejemplo.
Para mí vivir sería salir de estas cuatro paredes para siempre y agobiarme porque el sábado tengo un montón de ropa que planchar; planificar un encuentro en Barcelona, donar sacos de pienso a un refugio de animales.
No sé si me entiendes, a lo mejor estoy sonando muy cursi o muy boba. Lo soy un poco, las dos.

Una lástima, sinceramente. Porque yo jamás voy a vivir a no ser que vaya cambiando de mentalidad. Digo ésto porque vivo permanentemente anclada a dos intervalos de tiempo sumamente peligrosos: el pasado y el futuro. Desde siempre. El futuro porque me parece atractivo, curioso, tardío. Deposito demasiadas esperanzas en él y así me va. El pasado porque soy, lo reconozco, una rencorosa; no obstante, también soy la persona más agradecida que te puedas echar a la cara aunque en ocasiones no lo demuestre igual que no demuestre si guardo o no rencor. Porque el rencor es un lastre y procuro mantenerlo a raya; aún así, me resulta necesario y es que, gracias al rencor y a las tortas bien dadas, he aprendido qué quiero y qué no quiero, qué tolero y qué no tolero y a qué tipo de gente quiero a mi lado. Cómo quiero ser y cómo no. Y eso es muy importante. Sé que jamás, ojito que pongo la mano en el fuego, seré infiel; de ninguna de las maneras, que no, que no, que no. Y menos después del último palo que me llevé.
No sabe nadie el daño que produce, cuánto machaca. Sea o no en tu propia piel, te reconcome por dentro, es horrible. O yo una exagerada.
También sé que jamás dañaré a un animal ni a una persona. No intencionadamente y menos aún físicamente; no excluyo el daño psicológico porque a menudo las palabras escapan y duelen aunque su intención inicial no fuera esa. Y porque el daño psicológico puede ser subjetivo. Sí, sí, como lo lees. Está claro que si alguien te grita y te llama idiota te está haciendo daño, pero que alguien critique de broma tus chanclas no tiene por qué ser doloroso y a ti puede lastimarte porque son tus chanclas favoritas. Hay tantos matices.
Y sé que jamás aprenderé a olvidar. Básicamente porque no me da la gana. Con olvidar me refiero a personas, animales, lugares, situaciones. El olvido, lo habré comentado ya más de una vez por ahí (¡me repito como la morcilla!), es fácil. Es amnesia. Y a mí esas cositas tan fáciles no me van; prefiero recordar y que el muerto o el dolor o, simplemente, el recuerdo sigan vivos en mí. Porque si mueres, no es justo olvidarte para no sufrir. No, joder, has vivido, ¿no? Pues ya está. Seguirás vivo aquí dentro. Y si me has hecho daño, te perdonaré o no te perdonaré, pero no olvidaré la acción que hayas llevado a cabo porque entonces te librarás la segunda vez y ahí sí que no. Así podría seguir.

No obstante, y como decía, vivir entre el pasado y el futuro es muy peligroso. Te anclas y se te quedan atrapados los pies en una especie de fango repleto de flores. Digamos que el fango es el pasado, que suele estar lleno de mierda (o nosotros sólo recordamos la mierda, más bien), y las flores el futuro porque lo engrandecemos, como si fuera un superhéroe que va a venir a salvarnos.
Voy camino de modificar esa actitud. Antes era feliz viviendo en el presente y ahora también, no veo el problema para que pueda resultar eficaz mi lucha contra mi cabezonería y mi odiosa costumbre.
Quiero vivir el presente y que cada tortilla de patatas me sepa como si mañana fuera a morir.
Por ejemplo.

Siempre he anhelado ser psicóloga, desde pequeñita. Psicóloga clínica, por supuesto. Era (¿soy?) otra de esas tontas que no conocía otra rama (o no quería conocer...) de la carrera. Lo mío era la clínica porque pretendía salvar almas, ayudar, sanar. Pero qué queréis que os diga, si algún día me hago psicóloga y algún día puedo especializarme también en la rama clínica, yo me pongo en el lugar de mi paciente y yo no desearía tener por psicóloga a una pirada amante de los animales y del chocolate Milka y de los piononos que no sabe apreciar el presente y cuando menos te lo esperas se viene abajo porque le ha venido, o le va a venir o yo qué sé ya, la regla y claro, las hormonas revueltas, la barriga gorda e hinchada, los riñones ahí duele que te duele y las piernas pesando tres quintales.
Menudo pastel.
Y me gusta luchar por los demás más que por mí misma cuando no puedo más, cuando estoy confusa, cuando me he perdido y no me encuentro. Ahora estoy en ese momento. Así que voy a luchar por el paciente que algún día pueda tener o por la persona que algún día pueda atender o por el tío que algún día me cuente su vida en una cafetería así sin ton ni son. Por el galgo que en cuanto me independice voy a adoptar. Por ti. Por esa parte de mí que me gusta cuidar, que es dulce y tierna.

Para lograr mi propósito mi primera premisa va a ser considerarme igual que todos los demás. Es decir, cesar en mi búsqueda de encontrar a alguien que piense, que crea, ¡que considere! que soy especial, que valgo la pena. Nunca seré más especial que nadie que haya estado antes ni que venga después en una vida. Es estúpido torturarse. Debo ser especial y debo valer la pena para mí, y la valgo. Ya está.
Y si algún día me entierran y a mi entierro sólo viene mi manada de galgos y perros callejeros,
bienvenidos sean. Que el cura les compre latitas de paté de cordero y arroz, por favor.

Mi segunda premisa será facilitar la vida. Ésta no es complicada, aunque yo lo vea tal que así. Es que pretendo vivir muy deprisa y así no se puede...Para correr, antes hay que tomar impulso. Yo ahora estoy tomando impulso, lo que ocurre es que para la vida hay que tomar más impulso que para correr. ¡Qué le hacemos, la inventaron mala y retorcida!

Mi tercera premisa me la guardo para mí solita, que ya esto es muy largo. ¡Mecachis!

Y finalizo con esta foto porque, qué narices, me apetece ponerla tras tanto texto que queda esto como muy extenso, ¿no? Ni las persianas pueden enrollarse tanto.