lunes, 26 de noviembre de 2012

En medio.

Odio el autobús. De aquí a un tiempo, lo he estado utilizando en exceso y el odio que me profesa es enorme: detesto sus rígidos horarios, que pase cada tres cuartos de hora, la gente, los asientos llenos de mierda, las incontables paradas, la lentitud de algunos conductores, el más que sabido recorrido...
Y aún así, a veces me gusta ir en autobús. Porque me es más fácil dejar la mente en blanco mientras la música suena por los auriculares (andando es imposible que cese de pensar).
Hasta que aparece una canción familiar, de esas que asocias a un momento, emoción o persona. Uno de los errores más estúpidos: vincular melodías a recuerdos.

Hace ya más de un mes desde que escribí lo muchísimo que me pesaba haberme topado con que mis sospechas eran ciertas; con esos contados mensajes, los toques y el puto número de teléfono. Y que me cabreé y que lloré y que la mandé a la mierda innumerables veces en mi cabeza.
Porque se lo merecía (continúo pensándolo). 

El asunto se me había medio olvidado. Digamos que lo tenía ahí, aparcado, porque las últimas veces que había hecho de detective el resultado no se había mostrado satisfactorio (si por satisfactorio entendemos que me diese de bruces contra la realidad...otra vez); digamos que me hice la pasota porque me convenía, porque estoy en medio, porque me da miedo.
Hasta que he escuchado una canción que asocié a ese día y, por tanto, a ese momento y a esos sentimientos. No me relajó, no me ayudó, no me entristeció...simplemente, la descubrí y la oí y pasó a ser la canción del miércoles diecisiete de octubre.
Una estupidez como una casa, sí.
De primeras el cuerpo se me ha llenado de una rabia descomunal, como si fuese a estallar, hasta que ha dado lugar a una leve tristeza. A la traición. Al "¿y luego qué?". Al "sus razones tendrá; si se siente sola, es normal; él tampoco es un ejemplo a seguir de civismo, respeto y amor". Al "no es justo."
Y, finalmente, al "si yo no estuviera en medio sé que sería más sencillo, si se diese el caso, de decir que se acabó y que adiós."
Las dos semanas siguientes a mi descubrimiento (o metida de narices, más bien) me las pasé repasando una y otra vez mi vida y cómo sería a partir de dicho suceso. Imaginé un hogar nuevo con una habitación a mi gusto, repleta de mí y que no me ahogase, en la que no me sintiese sola; un lugar distinto, sin fantasmas ni subnormales ni mierdas; que se pudiese dedicar a él; el adiós a los gritos, los insultos por gusto y toda esa parafernalia que suelen traerse entre manos cada dos por tres. Obviamente, el alivio fue inmediato. Total, yo no la quiero. Porque es difícil querer a quien a ti no te quiere porque sólo ve en tu persona un deshecho humano por el que mostrar interés.
Pero rápidamente todo cambió. De la felicidad pasé a sus motivos y me topé con una encrucijada.
¿A quién defiendes? ¿Es justo posicionarse a favor de uno si juegan dos?

Sigo sospechando, creyendo que hay algo. Que sé que no es del todo feliz y que quiere más y que le da igual herir a quien sea porque jamás ha pensado en nadie que no sea ella misma. Puro egoísmo, o supervivencia según se vea.
Y yo me pregunto, por auto-destrucción o gusto, si sería capaz de dar el siguiente paso en caso de que la realidad me diese un: "adelante."
Pienso que no. Quiero imaginar que sí.

Todo esto son meras suposiciones, por supuesto. Y cuentos míos de por la mañana cuando aún voy camino de mi rotonda predilecta con los ojos pegados, pero no puedo evitar sopesarlo. No con esa puta canción en los oídos.
Tonterías de niña pequeña que va de adulta.

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