martes, 8 de mayo de 2012

Tuesday.


Saco fuerza de voluntad de debajo de la almohada y me levanto. 
Me cuesta tanto aguantar el arrepentimiento, la culpa y la vergüenza en el nudo de mi garganta que ni siquiera soy capaz de empatar en esa estúpida lucha de mirada infinita y maleducada con el guiri que tantas veces encuentro sentado en el mismo sitio del mismo autobús a la misma hora. 

Concentro mi mente en la gente; no sirve para nada. 
Llego a clase, abro la puerta. Niños gritando, riendo, bostezando. Chicos con americana, gafas Ray-Ban, barba de tres días impecable. Ellas, las chicas, con sus tacones interminables, sus pintalabios rojos, sus bolsos de marca. Me resultan insoportables todos y cada uno de ellos; desde la joven con el lazo de topos blanco y negro hasta el señor de cuarenta perteneciente a un grado distinto al mío. 
Me pierdo en sus voces, entre mi silencio. Observo el reloj sin fijarme en la hora. 
No sé cuánto tiempo estaré ahí dentro. 

Los miro una, dos...siete veces. Detenidamente. Analizo cada detalle del aula y de toda esa gente tan diferente buscando excusas que aparten mi cabeza de los sentimientos de autodestrucción que he ido acumulando tras la abisal noche. "¡Lo has estropeado todo!", hacía años que no repetía esa frase. Siempre se la dedicaba a alguien con una pizca de dulzura en el enfado; dulzura que se transformaba en pudor. Yo no me refería a que esa persona hubiese destrozado la situación o mi vida o lo que fuera; sin embargo, me salían de dentro las palabras. Era muy niña. Aunque lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que sonaba cruel; acompañaba mi perdón de cinco minutos de cabeza baja, mirada de cachorro y una nota con un peluche: "Lo siento." Mi padre está de testigo. Jamás me tomó en serio, por supuesto. Debía de ser graciosa la imagen de mí misma con tan corta edad arrepentida.
Ayer se escapó de mi boca cuando trataba de conciliar el sueño. "He perdido otras dos vidas", una vez, "los he perdido, joder", y otra vez, "me doy vergüenza ajena", continúo, "el día que aprenda a hablar sin gritar montaré una fiesta...soy horrible, joder; por eso nunca le importo a nadie, si es que soy insoportable". El lunes no fue un buen lunes. Me odiaba a mí misma. A pesar de que otros verían mi cabreo nocturno y mi llorera como una montaña creada a partir de un nimio grano de arena... Yo era incapaz. Y por ese motivo, me dije que lo había estropeado todo. 
No creo que llegue ninguna nota acompañada de ningún peluche pidiéndome perdón. 

Mi nudo de garganta se convierte en un fuerte dolor de cabeza. Cierro los ojos muy, muy, muy fuerte. Me saludan y hago caso omiso. Lo que menos necesitaba era escuchar mi nombre en los labios de otra persona. Ésta se vuelve hacia su compañera y me ignora; lo agradezco. Suspiro. Esa habitación me amarga, esa gente me da asco; todos tan inteligentes, tan guapos, tan perfectos a sus propios ojos y yo tan inútil, tan mediocre, tan imperfecta a los míos. 
Una mujer entra y comunica que no hay clase: el profesor no vendrá. Suspiro aliviada.

La libertad me da la mano, las ganas de escapar y llorar como una cría son tentadoras. Me duele la cabeza y el nudo se hace insoportable; albergo culpa, vergüenza y dramatismo a parte iguales. 
Me pongo en pie, echo un vistazo a los árboles que acarician con las hojas la ventana y me dirijo hacia la puerta. Voy a dejar tras de sí a todos esos niños, porque es lo que son. Y yo una adolescente drama queen.

"Vete", me ordena mi mente. "¡Vete!, ¡largo!". Si me voy, me quedo sola y si me quedo sola, sé lo que significa. 
"¡Vete, joder, largo! Huye" y cierro la puerta dejando a mis espaldas a todos esos críos mimados.
No quiero estar ahí, no puedo estar ahí...no me da la gana estar ahí.

Llego a casa a las once y cinco de la mañana. Lloro, me culpo; lo mismo de anoche. Me calmo, duermo, me despierto, lloro, vuelvo a dormir. Y noto que el dramatismo hace acto de ausencia.
Me sale un "lo siento" de la boca a la par que me incorporo en la cama. Sé que por hoy me voy a permitir odiarme por ser un débil, estúpido, cruel y asqueroso ser humano. 

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