miércoles, 29 de febrero de 2012

Basura emocional.


Mi nombre empieza por J y mi segundo apellido es de cateta. Tengo 20 años y cara de niña de trece. Cuerpo de quince. Madurez ninguna. Soy atea, soy bipolar, soy depresiva. Me caigo, me levanto, me caigo, tropiezo, me vuelvo a levantar. Constantemente. Yo soy la que se pone la zancadilla una y otra y otra vez; jamás me canso. Soy paranoica, soy celosa, soy risueña. Qué contraste, joder. Me gusta profunda, que te corras, correrme, que me quieras, que me ames. Que me odies. Que no te vayas. O sí. Tenerte entre mis piernas. Me gusta pisar hojas secas, comer Kinder Bueno, me gusta morder. No todo es sexo o amor. Adoro la lluvia, los perros, la vida. Aunque me duela, mucho; la vida es tan, tan, tan hermosa que duele. Escribo para sanarme el corazón, los dedos, las manos, la garganta; lloro para desgarrarme el interior, la voz. Esa asquerosa voz que jamás calla. Se me olvidó comentar que soy retorcida e ingenua, dulzura mezclada con frialdad. Así me va. Así necesito escribir aunque sea inútil; soltar mi mierda. Mierda emocional, sentimental. Abrir mi pecho al exterior, a los demás. Soltar dudas, miedos, inseguridades, los restos de lo que fui y soy, risas, llantos, gritos, ahogos, mis aguaceros, terremotos, verdades, mentiras, lo que callo, lo que digo aunque nadie escuche. Debilidades. Fuerzas. Soltarme a mí. Plasmarme. Porque al fin y al cabo toda esta mierda soy yo. Toda esta honestidad soy yo, masturbándome emocionalmente.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El lado oscuro del corazón.

Eso del amor,
que se incrusta con rencores dentro del pecho,
que es tan difícil.
El amor. Hacerlo. Ganarlo.
Cómo amar sin poseer,
cómo dejar que te quieran sin que te falte el aire,
cómo no volver el amor un burdo pretexto
para adueñarse del otro,
para hacerlo tu esclavo;
su vida tuya,
tu vida suya.
Amar sin pedir nada a cambio,
sin necesitar nada a cambio.
Vieja broma.
Dos perros con miedo
y faltos de correa;
la mitad de una naranja
y la parte de una pera
que no encontraron a tiempo sus pedazos
dentro de sí.


Otorgar alas, tarea complicada.
No sale del pecho, nunca.
Cometemos miles de fallos y el más notorio
siempre se esconde entre antiguos arrepentimientos y enfados.
Entre aguaceros.
Nuestro mayor error es pensar tan sólo en lo que nos pasa a nosotros.
Nos parece tan importante eso que sentimos,
que nada de lo del otro puede ser tan importante como lo que nosotros padecemos.
Lo olvidamos. 
Una contradicción profundamente trágica,
una contradicción profundamente humana.
El error más común y descabellado, más doloroso:
querer al otro como queremos que sea y no como es
y para cuando nos damos cuenta del error,
ya es demasiado tarde.

No se puede retroceder.